((**Es5.448**)
ellos ((**It5.630**)) dando a
cada uno un buen consejo. Habló a los socios de la
compañía de la Inmaculada Concepción y les animó
con las más expresivas palabras a ser constantes
en la observancia de las promesas hechas a María
Santísima, y a depositar en ella toda su
confianza.
A punto de salir, llamó a don Bosco y le dijo
textualmente:
-Puesto que usted no quiere estos mis huesos,
me veo obligado a llevármelos a Mondonio. Por
cuatro días que le iban a estorbar a usted...;
luego, todo se habría acabado; con todo, íhágase
siempre la voluntad de Dios! Si va a Roma, no
olvide el encargo que le di para el Papa acerca de
Inglaterra. Ruegue a Dios para que yo tenga una
buena muerte. Nos volveremos a ver en el cielo.
Habían llegado a la puerta por donde debía
salir y aún tenía fuertemente asido por la mano a
don Bosco. En ese momento se volvió a sus
compañeros, que le rodeaban, y les dijo:
-íAdiós, queridos compañeros, adiós a todos!
Rogad por mí. Hasta vernos allí donde siempre
estaremos con el Señor.
Pidió todavía a don Bosco que le contara en el
número de los que podían lucrar algunas
indulgencias plenarias in artículo mortis, que él
había conseguido del Papa, y le besó la mano por
última vez.
Partía de Turín el día primero de marzo, a las
dos de la tarde, acompañado de su padre. Llegados
a casa, fue a verle el médico, quien creyó se
trataba de una inflamación y le aplicó sangrías.
Pareció que cedía la enfemedad; así lo aseguraba
el médico, así lo creían sus padres; pero Domingo
no pensaba así. Persuadido de que es mejor recibir
con anticipación los sacramentos que exponerse a
morir sin ellos, llamó a su padre y le dijo:
-Papá, buena cosa será que también consultemos
al médico del cielo. Deseo confesarme y recibir la
Santa comunión.
Fue complacido. Recibió el Santo Viático con el
fervor de un ((**It5.631**))
serafín; y antes y después, recitó unas plegarias
tan bonitas y afectuosas, que parecía un
bienaventurado en conversación con Dios. Algunos
días después, a pesar de que el médico aseguraba
que el mal había sido vencido, el jovencito pidió
que le administrasen el sacramento de la
extremaunción. Sus padres y el mismo Párroco,
ilusionados y engañados por la serenidad y
jovialidad del enfermo y por las palabras del
médico, condescendieron con su petición, no porque
vieran la necesidad, sino más bien por no causarle
un disgusto. Recibida la extremaunción con la
piedad de un santo, pidió también la bendición
papal. Confortado con todos los auxilios de la
Santa Religión, experimentó una alegría tan
celestial, que no puede la pluma describir.
(**Es5.448**))
<Anterior: 5. 447><Siguiente: 5. 449>