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años a la Residencia Sacerdotal de San Francisco
para ayudarle en la expedición de cartas. La cosa
marchaba así. Don Bosco escribía una carta, y se
la entregaba a Durando; éste la plegaba, sellaba
el sobre, y escribía la dirección. Pero, antes de
que el clérigo hubiese terminado ((**It5.610**)) su
cometido, ya tenía otra carta delante. Se
apresuraba el clérigo, y resultaba que aún no
había escrito las señas, cuando le pasaba una
tercera; y así, horas y horas. Cuando llegaba por
fin el momento de volver al Oratorio, don Bosco
rendía gracias al Señor y sonriendo, sin la menor
señal de cansancio, exclamaba:
-íEsta es la forma de despachar muchos asuntos!
Efectivamente, el número de cartas que escribía
parecería fabuloso, de no haber muchos testigos de
esta maravilla.
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