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anterior era anodino, rudo, malicioso, burlón o
soberbio y alguno casi malo. Pues bien, en aquel
instante se transfiguraban y adquirían un aire de
candor, de sencillez, de fe, de amor y de
hermosura, que delataba la presencia real de Jesús
Sacramentado en sus corazones. Esto era para
nosotros motivo de gran edificación>>.
Pero el mayor triunfo del Oratorio era el
cariño y el respeto al sacerdocio, en aquéllos que
lo habían frecuentado de pequeños y que ya eran
hombres. Esa era la razón de su perseverancia en
una vida de buenas costumbres, de la vuelta al
buen camino de los que se habían dejado arrastrar
por las pasiones, del buscar un prudente consejero
o bienhechor en las dudas, en las dificultades de
la vida y en las desgracias; y a todos les
señalaba todavía el corazón el camino que ((**It5.42**)) llevaba
al despacho o a la iglesia, donde estaba don Bosco
esperándoles.
íCuántas páginas hermosísimas podrían
escribirse sobre esto! Veríase entonces cómo el
Oratorio fue escuela de vida: por sus tradiciones,
por el éxito de tantos muchachos que los
frecuentaron, por los variados percances de cada
uno de ellos; no sólo durante sus primeros años,
hasta lograr su vocación, estado o profesión, sino
hasta la hora de su misma muerte. Podríanse
escribir muchas biografías ejemplares y curiosas.
Veríanse desfilar en ellas todas las virtudes,
todos los errores, todas las perfecciones, todos
los defectos de su origen, su desarrollo y su
desenlace final, mezclados con los más variadas
anécdotas y quizás también las más raras, y en su
mayor parte veríase también resplandecer la
misericordia de Dios y la protección de María
Santísima.
Puede asegurarse que estos apreciados frutos
son el resultado de la buena semilla sembrada en
la catequesis diaria de la Cuaresma. Los campos
evangélicos eran bendecidos por el Señor en
proporción al trabajo de sus agricultores. Aquel
año empezó la Cuaresma el primero de marzo. Don
Bosco contaba con valerosos secuaces, seguidores
de su espíritu de sacrificio.
Los días de entre semana, los clérigos y
muchachos catequistas, destinados a Puerta Nueva y
Vanchiglia, anticipaban la comida para hacer
varios kilómetros, dar el catecismo y llegar a
tiempo a clase al Seminario; y, a menudo, después
de cenar, atendían a la instrucción religiosa de
alguna clase especial para obreros. Era el trabajo
de auténticos misioneros.
En una carta al Reverendo Abbondioli, párroco
de Sassi, hablaba don Bosco de la catequesis en
Valdocco. Mientras ((**It5.43**)) revivía
en los corazones la gracia de Dios, él pensaba
también en que reverdeciera (**Es5.43**))
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