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en la marina francesa durante la guerra de Crimea,
ya que ((**It5.594**)) el
Emperador Napoleón III había puesto la empresa
bajo la protección de María Santísima; los
capellanes destacados en los regimientos, navíos y
hospitales militares dieron pruebas de admirable
heroísmo sacerdotal; la emperatriz Eugenia entregó
por su propia mano a los generales la medalla
milagrosa, que salvó la vida del General Canrobert
en la batalla; los soldados moribundos, por el
cólera o por las heridas, llamaban a los
capellanes, los cuales acudían y los reconciliaban
con Dios; las Hermanas de la Caridad hacían
maravillas; los sentimientos cristianos, las
manifestaciones de fe, y el valor en la lucha de
los heroicos hijos de Francia eran constantes.
A continuación dedica una página al ejército de
Cerdeña: afirma en ella que la mayoría de nuestros
soldados quisieron confesarse y comulgar antes de
partir para Crimea y que llevaban al cuello la
medalla de la Virgen. Recuerda sus heroicas
gestas, la gloriosa muerte de los generales
Ansaldi y La Mármora, el coronel de Montevecchio,
el capitán de San Marzano; y lamenta que no se
haya hecho todavía una relación completa de los
hechos singulares y gloriosos, que, por una parte,
darán siempre mayor relieve al nombre saboyano que
nos gloriamos de llevar, y, por otra, manifestarán
las convicciones religiosas de aquellos oficiales
y soldados que morían exclamando:
-Si hay que morir, muramos por la Patria, por
el Rey, pero en la santa religión en que hemos
nacido y crecido, confortados con sus auxilios que
nos salven por la protección de la Santísima
Virgen que infunde tanta confianza a los soldados
piamonteses.
Efectivamente, el Gobierno había enviado a
Crimea seis sacerdotes misioneros de San Vicente
de Paúl, y setenta Hijas de la Caridad italianas,
diez de las cuales y un misionero perdieron allí
la vida, víctimas de enfermedad infecciosa, tras
haber trabajado y sufrido mucho atendiendo a los
heridos y a los enfermos.
((**It5.595**)) Después
de estos interesantes recuerdos incluía un largo
artículo acerca de algunas supersticiones
populares. Cuenta de un párroco que asiste a una
velada invernal de campesinos en el establo, donde
le piden que les dé una explicación sobre ciertas
creencias, supersticiones o errores, que parecen
confirmadas por los hechos que ellos mismos
narran; se trata de algunas prácticas piadosas a
las que se atribuye la virtud de liberarse
infaliblemente de un mal; del número trece y el
graznido de la lechuza, pronósticos de muerte; del
viernes, tenido como día nefasto; de adivinar el
futuro, observando a la primera persona que se
encuentra al salir de casa en la fiesta de la
Circuncisión; de los sueños que dan los números de
la lotería; de las
(**Es5.423**))
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