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jugar con ellos en el patio y darles clase en las
escuelas nocturnas, les cobraban cariño, les
querían, los trataban con confianza, los
agasajaban y los saludaban por la calle, imitaban
sus buenos ejemplos y se honraban de haberlos
conocido.
En aquellos personajes no veían solamente al
señor, al banquero, al médico, al catedrático, al
abogado, al notario, al estudiante de Universidad,
sino también y mucho más, al amigo del pobre. Así
desaparecían las aversiones sociales y las
distancias. El hijo del obrero palpaba la mentira
de las máximas de los revolucionarios, y aprendía
cómo el Señor obra con sabiduría al permitir que
los hombres nazcan en condiciones diversas, porque
el rico está hecho para el pobre y el pobre para
el rico: éste dando lo superfluo de sus bienes a
quien le falta lo necesario y aquél
correspondiendo a los favores con su afecto, su
ayuda y su trabajo. Reconocía que los dos han sido
creados por Dios para su gloria: el rico debe ser
humilde y acercarse al desgraciado, y el pobre,
humilde, sobrellevando las incomodidades de su
propio estado: y que cada cual, en su condición,
tiene el medio para alcanzar la vida eterna. Al
mismo tiempo, se consolaba pensando que Jesús
quiso nacer de una familia nobilísima, pero vivió
pobre y proclamó bienaventurados a los pobres y
que los pobres representan a su divina persona. Y
aquellos señores eran realmente los patronos y
bienhechores de aquellos pobres muchachos, muchos
de los cuales, entonces abandonados, nos dijeron
de mayores:
-Si yo alcancé una posición social honrosa y si
conseguí una situación económica suficiente para
cubrir mis necesidades, ((**It5.41**)) se lo
debo a don Bosco, a las buenas costumbres, a los
conocimientos, a las recomendaciones, a la ayuda
que tanto me han servido por haber frecuentado el
Oratorio.
Tenemos una prueba en la carta escrita por don
Bosco el 1.§ de abril de 1854 al conde Javier
Provana di Collegno: <>.
Además, estos señores ganaban no sólo
abundancia de méritos para sus almas, bendiciones
para sus familias, sino también la recompensa de
ver premiadas en el Oratorio sus fatigas y su fe.
Decía el abogado Belingeri:
<(**Es5.42**))
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