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al clérigo Roetti. Generalmente, cuando don Bosco
había concluido de contar la vida de un Pontífice
o de otro Santo, cuyas gestas eran una ilustración
del Papado, la veíamos aparecer en un tomo de las
Lecturas Católicas, donde volvíamos a leer con
inmenso placer lo que habíamos oído en sus
pláticas>>.
Así salió en enero de 1857, el fascículo de las
Lecturas Católicas, editado por Paravía, que se
titulaba: Vida del apóstol San Pedro, príncipe de
los apóstoles, primer Papa después de Jesucristo,
original del sacerdote Juan Bosco. Cada capítulo
termina con una máxima escultórica, que imprime en
el corazón del lector amor a la Iglesia, y el
librito acaba con una llamada a los protestantes
para que vuelvan al redil de Jesucristo. Y lo
mismo hará en los siguientes volúmenes, escritos
por él sobre los Papas. A modo de apéndice, añadió
la obrita del teólogo Marengo, profesor de
Teología, impresa en 1855, con el título de Viaje
de San Pedro a Roma, en la que queda doctamente
probado este importantísimo punto histórico.
Para la vida de San Pedro escribió don Bosco el
siguiente prefacio:
He pensado muchas veces cómo calmar la aversión
y el odio que en estos tristes tiempos manifiesta
alguno contra los Papas y contra su autoridad. Me
ha parecido que un medio muy eficaz es el
conocimiento de los hechos de la vida de esos
pastores supremos, establecidos para hacer las
veces de Jesucristo en la tierra y guiar nuestra
alma por el camino del cielo.
-Yo creo, decía para mí, que no se da en el
hombre razonable tanta maldad como para oponerse a
quienes han hecho tanto bien espiritual y temporal
a los pueblos; que han llevado una ((**It5.581**)) vida
ejemplar y laboriosa; que fueron siempre venerados
por todos los santos y en todo tiempo, y que
muchas veces, por promover la gloria de Dios y el
bien del prójimo, defendieron la religión y la
propia autoridad con su sangre.
Con esta idea, católico lector, he acometido la
narración de los acontecimientos de los Sumos
Pontífices, que gobernaron la Iglesia desde
Jesucristo hasta nuestros días. Comenzando, pues,
por San Pedro, constituido primer papa por
Jesucristo mismo, nos ocuparemos de sus sucesores,
haciendo solamente las reflexiones ocasionadas por
la misma narración.
San Pedro es aquel apóstol a quien el Salvador
llamó bienaventurado y, que recibió las llaves del
reino de los Cielos con poder para atar y desatar,
de tal suerte que, por regla general, sus
sentencias tendrían que preceder a la de Dios;
aquel apóstol, a quien Jesús encargó mantener en
la fe a sus hermanos ordenándole que diera a sus
ovejas, que son los Pastores de la Iglesia, y a
sus corderos, que son todos los fieles, el pasto
que fuera necesario para su bien espiritual y
eterno; aquel apóstol en fin, a quien Jesucristo
designó para regir a la Iglesia, que gobernó de
hecho después de la gloriosa ascensión del
Salvador al Cielo.
Pero la autoridad de Pedro, según las palabras
del Salvador, debía mantenerse visible entre los
hombres, hasta el fin de los siglos, y como San
Pedro era hombre y
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