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((**Es5.410**) Por eso, siguiendo este criterio, desde 1849 empezó a escribir una historia universal de la Iglesia Católica para refutar las mentiras y calumnias de los herejes y para corregir el método y los errores de algunos autores católicos. Narraba en aquellas páginas la continua influencia de los Romanos Pontífices en la Iglesia, la concatenación de sus intervenciones y los acontecimientos mundiales más importantes y todas las manifestaciones de acatamiento con que fue reconocida su ((**It5.576**)) suprema jurisdicción. Se esforzaba, además, por rectificar inexactitudes, omisiones, hechos o intenciones torcidas que, por desgracia, se hallan hasta en las obras más famosas. Don Bosco llegó con su trabajo, de cuatro volúmenes, hasta principios del siglo XIX; a medida que terminaba de escribir un cuaderno, se lo pasaba al clérigo Santiago Bellia para que lo copiase caligráficamente. Así copió el clérigo Bellia toda esta historia, y se ofreció a confirmar el hecho bajo juramento. Añadía en una carta escrita a don Miguel Rúa en 1903: <>. No tenía prisa en llevarla a la imprenta, porque deseaba que saliera, dentro de lo posible, una historia perfecta. Por ello llevaba siempre consigo sus manuscritos, y aprovechaba cualquier momento libre para leerlos, anotarlos y corregirlos. Mas esta costumbre fue ocasión de que se perdieran muchas de sus fatigas. En 1862, cuando hacía las excursiones con sus muchachos, dejó olvidada una parte de sus escritos en el pueblo donde había pernoctado. Estaba ya a unas seis millas de distancia cuando advirtió su olvido: afortunadamente volvió don Angel Savio, y los encontró y los volvió a llevar. Pero no sucedió lo mismo en el 1870. Con las prisas para bajar del tren, dejóse en él el último volumen. No se dio cuenta de ello hasta unos días después, y resultaron inútiles las pesquisas para encontrarlo. Así que aquel trabajo, casi terminado, quedó truncado, sin que don Bosco pudiera rehacerlo, a causa de los continuos quehaceres que se acumulaban. ((**It5.577**)) Sin duda que don Bosco sentiría un grave pesar con la pérdida de buena parte de una obra tan importante y que le costaba tantos años de trabajo; pero se resignó pacientemente y empezó a manifestar a los clérigos su ardiente deseo de que alguno de ellos se capacitara para compilar una historia de la Iglesia, para conseguir el fin que él se había propuesto. Les daba dos normas: que se esmerasen (**Es5.410**))
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