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En tal concepto la tenían todos, por su caridad
con el prójimo. Nunca se había negado a socorrer a
cualquier pobrecito que se le presentase pidiendo
una limosna, y había procurado infundir en todos
la necesidad y la importancia de lo que Jesucristo
nos manda, con las obras de misericordia, en su
santo Evangelio. Por eso se había sometido a
tantas privaciones.
Una vez muerta, no se encontró en su habitación
nada con la más remota sombra de comodidad, ningún
repuesto de bebidas, dulces, vinos, licores o
cosas parecidas para confortar su ((**It5.566**))
avanzada edad. Es más, algunas buenas señoras,
llegadas para amortajarla, pidieron licencia a don
Bosco para que les permitiera quedarse con sus
vestidos. Don Bosco condescendió con sumo gusto,
pero fue grande su desilusión, al no encontrar
nada; la difunta había empleado toda su ropa
blanca para las necesidades del Oratorio, y todo
su vestuario para remediar la miseria de alguna
familia. El único vestido que tenía sirvió para
amortajarla, y en los bolsillos del mismo se
encontraron doce liras que no había tenido tiempo
de gastar. Se las había dado don Bosco unos días
antes de caer enferma, para que se comprara algo
con que cubrírse decentemente la cabeza; pero es
seguro que una parte de esta pequeña cantidad
hubiera ido a parar a manos de los pobres.
En la misma mañana de la muerte, don Bosco,
acompañado del joven José Buzzetti, fue a celebrar
la santa misa en la cripta del Santuario de
Nuestra Señora de la Consolación. Allí, después de
haber sacrificado el divino Cordero ofreciéndolo
al Eterno Padre en sufragio del alma de su madre,
estuvo rezando largo tiempo ante la imagen de la
Virgen. Entre otras cosas le dijo:
-Oh piadosísima Virgen, mis hijos y yo nos
hemos quedado huérfanos, íAh! Sed vos en adelante
mi madre y su madre.
Parece ser que María Santísima escuchó sus
oraciones de una forma singular, a juzgar por el
prodigioso desarrollo del Oratorio. Los funerales
fueron sencillos, pero en todos dejaron
sentimientos de profunda ternura. Se celebró una
misa solemne en la iglesia del Oratorio, y los
muchachos hicieron una comunión general en
sufragio del alma de su insigne bienhechora y
madre.
Después todos acompañaron el féretro hasta
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iglesia parroquial. La banda de música del
Oratorio alternaba el canto del Miserere con el
triste sonido de los instrumentos.
El fúnebre cortejo se comportó con tal orden y
tanto edificó a los espectadores, que hubo entre
ellos quien, como la insigne señora Margarita
Gastaldi, madre del canónigo Lorenzo, dijo que no
había asistido nunca a unos funerales tan
conmovedores.
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