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((**Es5.400**) eclesiástico. Piensa que, en su condición, serán unos campesinos, pero ganarán honradamente el pan. Si cambian de situación, corren peligro de malgastar todo el fruto de sus sudores. Lo que ahora te digo, lo ((**It5.563**)) reflexionarás y te servirá de norma en muchas circunstancias que ahora mi debilidad no me permite explicarte. Sigue haciendo cuanto puedas por el Oratorio. La Virgen te bendecirá y te dará días felices a ti y a tu familia. Cuando se trató de administrarle la Extremaunción, repitió a Juan lo que antes le había dicho: -En otro tiempo yo te ayudaba a recibir los Sacramentos de nuestra Santa Religión. Ahora eres tú quien debes ayudar a tu madre a recibir dignamente estos últimos sacramentos de mi vida. Tú me acompañarás a rezar las oraciones necesarias. A mí me cuesta pronunciar las palabras; tú las irás diciendo en voz clara, y yo procuraré repetirlas, al menos con el corazón. Mas se acercaba la noche, que debía ser la última para ella. Don Bosco había prolongado hasta muy tarde la vela y asistencia junto a la amada enferma, pero era víctima de vivísimo dolor. De la otra parte del lecho estaba José quien, aunque también amaba a su madre, lograba en aquellos instantes ocultar la angustia de su corazón. De pronto la buena madre se volvió a don Bosco y le dijo: -Dios sabe lo mucho que te he querido a lo largo de mi vida. Espero poder amarte más en la eternidad. Tengo la conciencia tranquila; he cumplido con mi deber en cuanto me ha sido posible. Tal vez parezca que he sido rigurosa en algún caso, pero no fue así. Era la voz del deber que mandaba e imponía. Di a nuestros queridos hijos que he trabajado por ellos y que les tengo amor de madre. Te recomiendo que recen mucho por mí y que hagan, al menos una vez, la Santa Comunión por el eterno descanso de mi alma. Al llegar a este punto se conmovieron de tal forma los dos que la conversación quedó interrumpida un instante. ((**It5.564**)) Margarita respiró un poco y continuó: -Bien, mi querido Juan, déjame un poco, que me da pena verte tan afligido, y sufres demasiado al verme en los últimos momentos. Adiós, querido Juan. Recuerda que esta vida consiste en padecer. Los goces verdaderos están en la vida eterna. Ve a tu cuarto y reza por mí. Don Bosco no se decidía a separarse de su lecho. Margarita clavó sus ojos en su rostro, y los elevó después al cielo, como si quisiera decir: -Tú sufres y me haces sufrir a mí, ve a rezar, que ya nos entenderemos en la eternidad feliz. Don Victor está aquí y me basta. (**Es5.400**))
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