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((**Es5.397**) para remediar las tristes consecuencias de la necesidad. A la par, siempre estaba a punto para predicar ejercicios espirituales, triduos, misiones y novenarios. Las cárceles, los hospitales, y muchas instituciones religiosas, la juventud estudiantil y los cuarteles militares fueron testigos de su celo y su caridad. Fue un verdadero cooperador e imitador de don Bosco. Pero tantos trabajos lograron minar su salud; algunos amigos le aconsejaron moderación y cuidados, pero él respondía: -Un buen artesano no debe dejar para mañana lo que puede hacer hoy. Contrajo, pues, una larga y dolorosa enfermedad, que soportó con heroica paciencia y que tronchó su vida, después de haber recibido con extraordinaria edificación los últimos sacramentos. Los chicos del Oratorio de San Luis acompañaron su féretro al camposanto, y el trece del mismo mes quiso don Bosco que, unidos a los compañeros del Oratorio de Valdocco, celebraran en su capilla ((**It5.559**)) un solemne funeral, con muchas comuniones, en sufragio de su alma. Armonía publicaba el veinte de noviembre una hermosa noticia necrológica del teólogo Rossi, escrita probablemente por el mismo don Bosco. Fue ésta una pérdida muy dolorosa para él sobre todo, porque no encontraba quién pudiera sustituirlo. Por eso, durante un año entero, no hubo director fijo en el Oratorio de San Luis. Don Bosco enviaba los días de fiesta un clérigo a Puerta Nueva, el cual se las arreglaba durante la semana para encontrar algún sacerdote de la ciudad que fuera a confesar, celebrar la misa y predicar por la mañana y, a veces, otro para la plática y funciones de la tarde. Don José Cafasso mandaba, de cuando en cuando, algún alumno de la Residencia Sacerdotal. Es digno de especial mención uno que se prestó asiduamente, el reverendo Demonte. Por su edad y poca facilidad de palabra, no podía confesar ni predicar, pero celebraba la santa misa, organizaba la catequesis, y pagaba premios, instrumentos de juego y hasta objetos para la iglesia. Era un santo sacerdote, muy rico, que perdió algo más tarde todos sus bienes, por haberse prestado a garantizar a unos parientes. Pero ni riquezas ni pobreza le robaron jamás la tranquilidad de espíritu, el amor a Dios, su adhesión al Oratorio y el deseo de socorrer al prójimo. (**Es5.397**))
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