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para nuestra bebida. Fue él mismo quien dijo: El
que come mi carne y bebe mi sangre tendrá la vida
eterna. Pero, por el amor de Dios, no olvidéis que
come y bebe su condenación el que comulga
sacrílegamente.
>>-Porque la segunda persona de la Santísima
Trinidad se hizo hombre para librarnos de las
penas eternas. Y nosotros, a cambio, hemos de dar
gracias constantemente a nuestro divino Redentor,
practicar la mortificación cristiana y renunciar a
nuestra voluntad, huyendo de los placeres mundanos
por amor de Jesucristo.
>>-Porque El murió por nosotros en la Cruz,
derramando toda su sangre para nuestra salvación,
borrando la antigua sentencia de condenación, y
dejándonos a ((**It5.556**)) María
Santísima por madre.
>>-Porque Dios nos amó desde la eternidad, nos
mandó que le amáramos sobre todas las cosas,
proclamó que éste es el primero de todos los
mandamientos, nos hizo conocer que el amor al
prójimo es una sola cosa con el amor de Dios, y
que la gloria del paraíso es la consumación de la
gracia.
>>Y añadía:
>>-No todos pueden ayunar, peregrinar por la
gloria de Dios ni hacer grandes limosnas, pero
todos pueden amar. Basta quererlo>>.
Con este mismo estilo predicaba a los chicos
externos, acomodando las razones a su
inteligencia. Los protestantes no cesaban de
repartir entre el pueblo libros malos: el
dieciséis de noviembre de 1856 don Bosco hablaba
desde el púlpito sobre el apóstol San Pablo y
contaba cómo este apóstol hizo quemar en la ciudad
de Efeso una cantidad de libros de magia y de
perversas enseñanzas dirigidos al pueblo para
engañarlo e inducirlo a toda clase de vicios.
Cuando terminó la narración, preguntó al clérigo
Vaschetti:
->>Por qué San Pablo hizo quemar en la plaza
pública aquella gran cantidad de libros que
hubieran podido valer cien mil liras en vez de
venderlos y dar el dinero a los pobres? O bien,
>>por qué no guardarlos con cautela él mismo?
Vaschetti observó:
-Si aquellos libros hubieran caído en otras
manos, ícuántas personas se habrían contagiado con
ideas nocivas para las almas! Por eso San Pablo se
creyó en el deber de destruirlos. El mismo no se
fiaba de leer aquellos libros depravados.
Y don Bosco respondió:
-Muy bien; porque si una bebida venenosa puede
hacerme daño a mí, también puede hacérselo a los
demás; y no hay ventaja material que pueda
compararse con el menor daño moral.
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