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casa tiene que haber un taller de encuadernación,
y quiero que se empiece.
El libro estaba cosido y cortado.
->>Queréis ahora, preguntó don Bosco, que
doremos los bordes?
-íLo que faltaba!, exclamó mamá Margarita.
-Bueno, siguió don Bosco, como no tenemos oro,
los pintaremos íde color amarillo!
>>Pero cómo hacerlo? Agarró un poco de tierra
de sombra, amarilla, se volvió a los circunstantes
y añadió:
->>Con qué líquido la mezclaré? íCon agua pura!
-No se adhiere, respondieron a coro los
muchachos.
->>Con aceite?
-íBueno iba a quedar su libro!
Don Bosco pensó un instante, mandó a comprar un
poco de barniz, lo mezcló con la tierra amarilla y
he aquí el libro perfectamente encuadernado. Reía
don Bosco, reía Margarita y reían los chicos:
pero se había inaugurado el nuevo taller, que se
estableció en la segunda sala de la primera parte
del nuevo edificio, junto a la escalera, donde
actualmente hay un comedor. Dada la penuria del
año, no se continuaron los trabajos de
construcción, pero se ultimaron algunos ya hechos,
que eran de primera necesidad. Entre tanto, él iba
aprendiendo en las librerías de la ciudad las
reglas de aquel oficio que, sucesivamente,
enseñaba a su primer encuadernador.
Añadió a éste otros y compró algunas
herramientas con las cuales se encuadernaba a la
buena de Dios; hasta que llegaron al Oratorio
algunos jóvenes que ya habían trabajado algo como
encuadernadores en la ciudad.
((**It5.36**)) Estos
ayudaron en los trabajos, y el taller empezó a
hacer los primeros ejercicios de plegar y coser
con las Lecturas Católicas y los libros de clase.
El primer joven encuadernador fue Bedino, apodado
Gobierno.
íA qué desarrollo y perfección habían de llegar
estos humildes principios!
A partir de otoño de aquel año el periódico
Armonía, del 9 de noviembre de 1854, podía
publicar la siguiente nota anunciando un hecho que
pronto describiremos.
<(**Es5.38**))
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