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((**Es5.37**) detractores y trataremos de no nombrar a nadie, pero sí denunciaremos el error doquiera se esconda. >>Conceda el Señor sus mejores bendiciones a nuestros lectores y a todos los que se unen a nosotros para defender la verdad y difundir entre las gentes del pueblo la Santa Religión Católica>>. En otros dos folletos, reunidos en un solo volumen, entregados a la imprenta para el mes de mayo, arremetía valientemente contra los errores de los herejes. Basta indicar el nombre del autor para comprender su valor: Catecismo acerca del Protestantismo para uso del pueblo, por el P. Juan Perrone, de la Compañía de Jesús. Contenía la historia y doctrina del Protestantismo, sus artimañas para difundir el error y la desdichada vida y la muerte deplorable de los apóstatas. ((**It5.34**)) Entre tanto don Bosco, mientras esperaba tener pronto a su disposición un taller de tipografía, inauguraba en los primeros meses del año, como quien no quiere la cosa, según su costumbre en muchas de sus empresas, el tercer taller del Oratorio: un taller de encuadernación. Pero no tenía en casa ningún joven entendido en este oficio y no había llegado todavía el momento de pagar un maestro externo. Así que, un día, teniendo alrededor a sus alumnos, extendió sobre una mesa los folios impresos de un libro que se titulaba: Los Angeles Custodios y, dirigiéndose a uno de ellos, le dijo: -íTú serás el encuadernador! ->>Yo encuadernador? íSi no sé una palabra de semejante oficio! -Ven aquí. >>Ves estos folios? Siéntate: hay que empezar por plegarlos. Sentóse también don Bosco, y entre los dos plegaron todos aquellos folios. Ya estaba formado el libro, pero había que coserlo. Acudió enseguida mamá Margarita y, entre los tres, lograron coserlo. Se hizo enseguida un poco de engrudo y pusiéronle al libro la cubierta. Tratóse después de igualar las hojas, o sea, recortarlas. >>Cómo hacer? Los otros muchachos rodeaban la mesa, como testigos de aquella inauguración. Cada cual daba su parecer sobre el modo de igualar los cuadernillos. Unos proponían el cuchillo, otros las tijeras. En casa no había nada a propósito, absolutamente nada. La necesidad aguzó el ingenio de don Bosco. Fue a la cocina, agarró seriamente el cuchillo de acero que servía para tronchar cebollas, ajos y verduras, y con aquel instrumento se puso a cortar las hojas. Los muchachos se desternillaban de risa. ((**It5.35**)) ->>Os reís, eh?, decía don Bosco; pero yo sé que en nuestra(**Es5.37**))
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