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nos ha inspirado crear esta piadosa asociación;
que Ella aliente nuestras esperanzas, escuche
nuestros gozos, para que, amparados bajo su manto
y fortalecidos con su protección, desafiemos las
borrascas de este mar proceloso y superemos los
asaltos del enemigo infernal.
De esta suerte, y por ella amparados, confiamos
poder ser de edificación para nuestros compañeros,
de consuelo para nuestros superiores e hijos
predilectos de tan augusta Madre. Y, si Dios nos
concede gracia y vida para servirle en el
ministerio sacerdotal, nos esforzaremos en hacerlo
con el mayor celo posible.
Y desconfiando de nuestras fuerzas, y con una
confianza ilimitada en el auxilio divino, nos
atreveremos a esperar que, después del peregrinaje
por este valle de lágrimas, obtendremos a la hora
postrera, consolados por la presencia de María, el
eterno galardón que Dios prepara a quienes le
sirven en espíritu y en verdad.
Don Bosco leyó este reglamento de vida y,
después de haberlo examinado atentamente, lo
aprobó con las siguientes condiciones:
1. Las mencionadas promesas no tienen fuerza de
voto.
2. Ni siquiera obligan bajo pena de culpa alguna.
3. En las reuniones se propondrá alguna obra de
caridad ((**It5.483**))
externa, como la limpieza de la iglesia o la
instrucción religiosa de algún niño menos
instruido.
4. Se distribuirán los días de la semana de modo
que cada día comulgue alguno de los socios.
5. No se añadan otras prácticas piadosas sin
permiso especial de los superiores.
6. Establézcase como objeto principal el promover
la devoción a la Inmaculada Concepción y al
Santísimo Sacramento.
7. Antes de aceptar a un aspirante, désele a leer
la vida de Luis Comollo.
Domingo Savio era el más indicado para fundar
tal Compañía. Todos eran amigos suyos; el que no
le quería, por lo menos le respetaba por sus
virtudes. El, por otra parte, sabía quedar bien
con todos. Tan firme estaba en la virtud, que se
le aconsejó entretenerse con algunos compañeros
algo díscolos para ver si lograba ganarlos para
Dios. El se aprovechaba del recreo, de los juegos
y de las conversaciones, aun indiferentes, para
sacar provecho espiritual.
Sin embargo, sus mejores amigos eran los socios
de la Compañía de la Inmaculada, con los que se
reunía, bien para tener encuentros espirituales,
bien para hacer ejercicios piadosos.
Estos encuentros teníanse con licencia de los
superiores, pero asistían sólo los jóvenes, y
ellos mismos los regulaban. Eran éstos escogidos
entre los más virtuosos y serios de las clases de
los internos, aunque de ordinario asistían también
algunos clérigos y a veces algún sacerdote. El
clérigo Rúa, fue elegido presidente por común
acuerdo, pues ya entonces era considerado como el
más fiel y el más ejemplar entre los hijos de don
Bosco. Había reunión una vez por semana y se abría
la sesión con la lectura de un libro espiritual.
Un
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