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funciones, porque a aquella hora sus hijos jugaban
en el Oratorio y luego no volvían a casa hasta la
hora de comer. Así preguntaban con entera libertad
y obtenían noticias sobre la conducta de sus
protegidos. A veces, para que sus hijos ganasen
algún premio, mentían alabando a quienes merecían
reproche. Por eso, de vez en cuando, iban también
a preguntar a los jefes de talleres o comercios,
para tener noticias más fidedignas. Esta clientela
la formaban los chicos más jóvenes, menores de
catorce o quince años. Al volver nuestros
visitadores al Oratorio, se encargaban de advertir
a su pequeño protegido, si era preciso, o le
vigilaban para inducirlo amablemente a las
prácticas indispensables de piedad, a recibir con
las debidas disposiciones los sacramentos, a ser
obsequioso y obediente con sus padres y más
cumplidor en el trabajo.
Para que tales advertencias fueran más
agradables, se hacía, sólo para ellos, una pequeña
rifa mensual.
((**It5.473**)) También
el Oratorio festivo de San Luis tuvo su pequeña
conferencia al modo de la de Valdocco, y las dos,
después de algún tiempo, estrecharon sus lazos
filiales con las de la Sociedad de San Vicente de
Paúl. En 1856 había siete de éstas en Turín y diez
esparcidas por diversas ciudades del Piamonte. Por
eso se organizó un Consejo General en la Capital
con el conde Cays por presidente. El ilustre
caballero, en su deseo de ayudar a don Bosco en
sus conferencias, las aprobó, las tomó bajo su
protección y las declaró conferencias anejas,
nombre que mantuvieron siempre. El día de
Pentecostés se estrenó este nuevo título en el
Oratorio de San francisco de Sales y en el de San
Luis; entre los socios, estaban presentes los
clérigos Rúa y Francesia y Juan Villa. Desde
entonces, la sociedad de San Vicente de Paúl no
dejó de hacer partícipe de sus ayudas, en cierta
medida, a las dos conferencias anejas.
De esta unión consiguió don Bosco otra ventaja
de gran interés: fue el inicio de sus cordiales
relaciones con los presidentes de los Consejos
Superiores y particulares y con varios miembros de
las Conferencias Italianas y francesas.
Cuenta el canónigo Anfossi que:
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