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>>-Mira cómo aquel marmolista esculpe hermosas
figuras en el mármol: tú tienes que esculpir en el
corazón y en el alma de los demás hermosas
máximas, santos propósitos y buenos ejemplos.
>>Y añadía después que el fin de la Conferencia
era el de hacer bien al prójimo, pero antes a uno
mismo>>.
Aquellos jóvenes, que eran unos veinte, tenían
que ir de dos en dos, todos los domingos, a
visitar a una o más familias pobres, que se les
asignaban. Les llevaban alguna limosna, daban
oportunos consejos a los padres, sobre todo acerca
de la cristiana educación de los hijos, les
invitaban a que los mandaran a la catequesis y a
que frecuentaran el Oratorio. Eran recibidos con
agrado, puesto que, además de la ayuda que tales
visitas les prestaban, éstas eran hechas con
regularidad, caridad y respeto, como don Bosco
aconsejaba.
De estas visitas sacaban también mucho provecho
los caritativos visitadores, porque aprendían a
conocer, apreciar y valorar el modo de socorrer al
prójimo, y después, al salir a la vida del mundo,
podían ingresar fácilmente en las grandes
Conferencias de la Sociedad de San Vicente, en las
cuales encontraban medios de santificación y
buenos amigos, por cierto de condición más elevada
que la suya.
La reuniones se celebraban en el comedor de los
Superiores, a la una y media de la tarde. Asistía
don Bosco a ellas, y, a veces, tomaban parte
distinguidos miembros de las Conferencias de la
Ciudad, como el conde de Agliano o el comendador
Cotta. El conde Cays lo hacía a menudo.
Comenzábase con un oración, leíase el acta de
la sesión anterior, dábase cuenta de las visitas
efectuadas a la familias de los clientes el
domingo anterior, y se concedían los puntos
merecidos a aquéllos cuya ((**It5.472**))
conducta, según los informes, era buena. Se
sumaban los votos que cada cual había merecido:
diez, quince, veinte. Al que más puntos tenía se
le adjudicaba un premio a fin de mes: por ejemplo,
un par de pantalones, una chaqueta, o unos
zapatos. A muchos se les entregaban libros
instructivos y populares. Al terminar la reunión
se hacía la colecta entre los socios, y hasta los
más pobres hallaban una moneda que ofrecer, según
el deseo de don Bosco que quería verlos a todos
generosos. Naturalmente alcanzaban muy poco tales
colectas, salvo el caso en que el conde Cays, el
conde Collegno u otros ricos señores abrieran su
cartera. También don Bosco ponía su moneda. Así
podía mantenerse la caja para la distribución de
las limosnas.
Para visitar a los padres de los muchachos, se
escogía con preferencia la hora de las diez, o
bien las diez y media, después de las
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