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que se sometiera a una consulta de médicos. Todos
admiraron la jovialidad, la agilidad mental y la
madurez de las respuestas de Domingo. El doctor
Francisco Vallauri, de feliz memoria, uno de los
beneméritos consultores que intervino, exclamó
profundamente admirado:
-íQué perla de muchacho!
Don Bosco le preguntó:
->>Cuál es el origen de su mal?
-Su complexión delicada, el precoz desarrollo
de su inteligencia y la continua tensión de su
espíritu son como limas que van desgastando
insensiblemente sus fuerzas vitales.
->>Y cuál es el mejor medio para curarlo?
-Lo mejor será dejarlo ir al paraíso, pues se
ve que está muy preparado. Mas, lo único que
podría prolongarle la vida, sería alejarle
enteramente de los estudios por algún tiempo y
entretenerle en ocupaciones materiales adecuadas a
sus fuerzas.
El doctor Vallauri había dado un juicio preciso
sobre Domingo Savio. De hecho, Dios se había
complacido en favorecer a este tan discreto
jovencito con esos dones celestiales de los que
nos suministra abundantes ejemplos la vida de los
santos. Muchas veces, después de la santa
Comunión, o mientras ((**It5.464**)) oraba
ante el Santísimo Sacramento, quedábase como
arrobado, y permenecía allí por muy largo tiempo.
<>Llamóle y no respondió; sacudióle y entonces
se volvió para mirarle y exclamó:
>>-íAh! >>Ya se ha acabado la misa?
>>-Mira, le dijo don Bosco presentándole el
reloj; ya son las dos.
>>Al oírlo, Domingo quedó confundido, pidió
humildemente perdón de aquella transgresión a las
reglas de la casa, y se movió para ir a clase.
Pero don Bosco le mandó a comer y, para librarlo
de
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