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acogida que ha tenido a bien dispensarme.
Seguramente no le llegará enseguida la presente,
ya que todo mi tiempo está repartido entre el
empleo, la familia, las necesidades materiales de
la sociedad evangélica a la que pertenezco y sobre
todo por las muchas obligaciones espirituales que
tengo, siendo como soy, por la gracia de ((**It5.452**)) Dios,
cristiano reciente, válgame también esto para
disculparme en el caso de que se demore un tanto
nuestra entrevista.
Respondiento punto por punto a su gratísima
carta, le advierto que el fin que me propongo ya
lo he manifestado en mi anterior, y es: manifestar
mi fe, mi esperanza y el fundamento en que se
basan. Las consecuencias serán más bien los demás
los que las deberán deducir, y no yo, que sé en
quien confío, si a El place que su Santo Espíritu
esté con nosotros y abra el corazón del que cree
seguir su voluntad y no hace caso de las
trapacerías de los hombres. Por lo mismo, confieso
que no es la obstinación mi condición, pero en el
caso de que fuera vencido, lo confesaré
francamente. En cuanto a seguir al vencedor, debo
observar que en esta materia es menester dejarlo
al arbitrio del vencido, porque la fuerza de los
argumentos, por una parte, y la ignorancia o la
poca destreza para emplearlos, por la otra, pueden
cerrarle a uno la boca; pero no siempre llega el
convencimiento al entendimiento y mucho menos al
corazón, pues aquél no puede manifestarse con
sinceridad, si no es por él mismo que siente que
el Espíritu del Señor se lo ha comunicado. He
dicho esto, porque tendré siempre por mentiroso
ante sí y ante los demás, y como un auténtico
hipócrita, a quien dice y manifiesta, por agradar
a los demás, que sigue una religión sin estar
convencido de mente y corazón. Valga también esto
para asegurarle que, aún después del éxito de
nuestra conversación, seguiré con la misma estima
de antes para con mis adversarios.
En cuanto a exponer con sinceridad cada uno sus
propias opiniones como si estuviéramos en
presencia de Aquél que no se engaña, no dudo en
modo alguno de usted, porque si no lo creyera así,
no le habría escogido; y en cuanto a mí y a mi
hermano será sólo la Biblia la que hablará,
comentada por sí misma. Con esto entenderá su
Señoría Rvdma. que quiero responder al segundo
punto, o sea, que no puedo aceptar la tradición,
contra lo que sé de cierto que está en la Biblia y
que demostraré con esta misma y con la historia.
En cuanto a la traducción de la Biblia me es
indiferente seguir la Vulgata (excepto los libros
que agregó el Concilio de Trento), la de Diodati 1
o la francesa de Martín y el texto griego del
Nuevo Testamento en ((**It5.453**))
aquellos puntos en que hubiera desacuerdo entre
los traductores. Si finalmente surgieran
diferencias entre nosotros, en las que no
pudiéramos ponernos de acuerdo, decidirán los
diccionarios o los conocedores de la lengua,
cuando sean filológicas; y la misma Biblia cuando
se trate de principios fundamentales.
Antes de terminar, creo oportuno decirle que el
señor Pina no podrá fijar enseguida la fecha de
nuestra reunión, porque anda por el campo con
trabajos de la oficina. Esto no obstará a que se
realice nuestro deseo de conversar, aunque
prorrogará el momento de conseguirlo. Entre tanto,
la próxima semana, si Dios quiere, tendré el gusto
de conocerle personalmente y, si le place,
charlaremos sobre el Reino de Nuestro Señor
Jesucristo, que está pronto a llegar para consuelo
de su Iglesia y aplastar definitivamente a
Satanás, el demonio que nos acusa día y noche ante
Dios (Job-X. 19. Apoc. XII, 10).
1 Juan Diodati (1576-1649), teólogo protestante
suizo, que tradujo la a al italiano (1607). (N.
del T.)
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