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Eclestástica, Tomo V, y la del ((**It5.447**)) padre
agustino descalzo Juvenal, titulada Maravillas de
San Pancracio, en tres libros, editados en 1655.
He sacado además algunas ideas de las homilías
de San Gregorio Magno, de San Gregorio Obispo de
Tours, en el libro Gloria de los mártires y de
algunos manuscritos auténticos, cuyo original se
conserva. Dichos escritores recogieron en antiguos
manuscritos cuanto hay de cierto acerca de la
vida, martirio y culto del mártir San Pancracio y
de ellos he sacado yo cuanto aqui se expone,
habiéndome limitado a traducir o a vulgarizar
algunos conceptos que tal vez hubieran resultado
demasiado elevados para quienes no han podido
estudiar a fondo la religión. Quisiera hacer notar
que las maravillas de este héroe cristiano son tan
numerosas y llamativas por sí mismas que solamente
he tenido que seleccionar algunas, para evitar el
espesor de los volúmenes, y he escogido entre
ellas las que comúnmente suele conceder la divina
bondad a los mortales, dejando de lado aquéllas
que no resistirían una crítica razonable, o
pudieran ser puestas en ridículo por algún
desaprensivo.
Por lo demás, lector amigo, aquí verás a un
muchacho, que maravillosamente conducido a Cristo,
siendo muy joven, selló con su propia sangre la fe
recién abrazada. Lo cual es un nuevo argumento de
la divinidad y santidad de nuestra religión, ya
que sólo Dios puede infundir semejante fortaleza y
tamaña constancia en un muchacho noble, rico,
halagado por la edad, las promesas, los honores y
los placeres, que deja todo, desprecia todo, y,
desafiando la ira de un tirano y los más atroces
tormentos, con la única esperanza de una eterna
recompensa, marcha intrépido al encuentro de la
misma muerte por la fe de Cristo.
Querría también, católico lector, recordases
que sólo la religión católica tiene verdaderos
mártires, y que el incontable número de ellos le
han dado esplendor, y que los que ella presenta a
la veneración de los fieles, son otros tantos
testimonios de la verdad de la misma religión,
que, en todo tiempo y lugar, reconocieron como
divina y santa, y predicaron y confirmaron con su
vida.
Las demás sociedades que se glorían de ser
cristianas, no tienen ningún mártir que haya
muerto para confirmar la verdad ((**It5.448**)) de sus
creencias; un santo que haya obrado milagros, ni
menos un santuaraio donde se haya realizado un
hecho milagroso o concedido una gracia. Y el que
estas sectas no tengan mártires, ni santos, ni
milagros, ni santuarios, es ocasión de que
arrastren consigo aversión a los santos, a las
reliquias y a los santuarios, donde sus reliquias
e imágenes son veneradas por los fieles con
especial devoción y donde el Señor suele conceder
sus celestiales favores con prodigiosa abundancia,
por intercesión de sus elegidos. Dios, que es
infinitamente bueno y al mismo tiempo maravilloso
en sus santos, comunique valor a los católicos
para seguir el camino de tantos millones de santos
mártires, confesores, vírgenes y penitentes como
nos han precedido; y a todos los que están fuera
de la Iglesia, les conceda luz para conocer la
verdad, fuerza para descubrir el error, valor para
abandonarlo, y volver a la grey de Cristo para
formar un solo rebaño en la tierra y estar un día
con él para cantar sus misericordias eternamente
en el cielo.
De este modo seguía combatiendo don Bosco los
errores de los valdenses. Este librito, como todos
los suyos, alcanzó ocho y diez ediciones. Los
herejes se envalentonaban, porque gozaban de
privilegios hasta el extremo de tener plena
libertad para enseñar en sus escuelas; si los
regios inspectores de estudios en Pinerolo,
hubieran
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