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presentó en el Senado un proyecto de ley por el
que se establecía que todos los seminarios y
colegios episcopales debían depender del
Ministerio. El Parlamento lo aprobó y los obispos
protestaron.
Mientras esta ley y otras, ya promulgadas o que
se estaban preparando, ponían en aprietos a los
centros eclesiásticos, don Bosco había empezado a
organizar sus escuelas dentro del Oratorio. Al
pensar en la amplitud de sus planes sobre la
instrucción y educación de la juventud, preveía
las grandes tempestades que se levantarían contra
él; pero caminaba seguro y repetía muchas veces a
sus discípulos:
-íNo temáis! Pasará la borrasca, volverá el
buen tiempo; felices los que no se escandalicen de
mí. Es una promesa que me hizo uno que no se
equivoca. El Oratorio no es cosa mía; más aún, si
lo fuera, querría que el Señor la deshiciese
enseguida.
Por eso quiso que su primer maestro permanente
de latín estuviera bajo la protección de María
Santísima. Y así, el clérigo Juan Francesia, el
año 1856, sin ((**It5.439**)) ninguna
aparatosidad, como lo había hecho el año anterior
el clérigo Miguel Rúa, se ligaba a Dios con votos
por un año, para ayudar a la obra de don Bosco.
El mismo escribió en latín la crónica de
aquella primera y feliz consagración y puso luego
la fecha, que era tan importante para él.
Don Bosco le sorprendió un día leyendo aquella
página y le dijo:
-íMuy bien! Este recuerdo me gusta.
Pero cuando leyó la fecha con las calendas y
los idus del antiguo cómputo romano, observó:
-Te equivocas, seguro, te equivocas; aquel día
debía estar dedicado a la Virgen, y aquí no
aparece.
Efectivamente, el clérigo Francesia lo comprobó
y vio que, en vez de un quinto kalendas, debía
haber escrito quarto, fecha que coincidía con una
festividad de la Madre de Dios. Entonces don Bosco
remachó:
-En el Oratorio no debe hacerse nada, nada,
>>entiendes? Sino íen el Santo nombre de María!
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