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Hacienda, o al alcalde de su pueblo para que les
recomendaran a cualquier obra benéfica y
concretamente a la de don Bosco. Los que recibían
tales solicitudes con el correspondiente
expediente, las enviaban al Oratorio acompañadas
de un oficio de presentación. Y don Bosco,
entonces, iniciaba la correspondencia con aquellos
señores. De ordinario, ésta era complicada, porque
esas cartas oficiales ((**It5.433**)) solían
pasar de unos entes a otros: del Alcalde al
Gobernador, del Gobernador al Ministro, hasta que,
después de detenerse en innumerables oficinas,
llegaban a su destino.
Con estas artes de prudencia, don Bosco iba
haciendo conocer cada vez mejor en las esferas de
la Administración la existencia e importancia de
su Institución. Quien solicitaba el ingreso de un
muchacho rendía en cierto modo tributo de aplauso
y confianza al Oratorio, que equivalía a un tácito
reconocimiento de cuanto hacía don Bosco en favor
de la juventud, y las altas dignidades del Estado,
al ver cómo don Bosco condescendía con sus
peticiones, procuraban corresponderle
benévolamente en muchas ocasiones. Don Bosco, al
aceptar la recomendación, hacía responsables, de
alguna manera, a los que le recomendaban, el
cumplimiento de lo establecido, y a su tiempo
sabía pedirles a ellos o al Gobierno subvenciones,
ayudas y el cese de las molestias sectarias.
Pero la aceptación de muchachos requería un
edificio más capaz. Por ello, a principios de
1856, don Bosco pidió un préstamo al Banco del
Estado para terminar de construir el nuevo
pabellón, aún sin acabar desde 1853. Era una
petición extraña y audaz en aquellos tiempos, pero
indicaba a las Autoridades civiles una forma
sencilla para atender a determinadas necesidades
urgentes de las poblaciones. En efecto, veinte
años después, fueron concedidos por ley préstamos
a los ayuntamientos pobres para la construcción de
escuelas, sin que por ello se resintiera la
economía del Estado, y lo mismo se hizo a los
particulares para atender a los destrozos de los
terremotos, con la so la condición de pagar unas
pequeñas anualidades con las que se extinguía la
deuda al cabo de determinado número de años.
((**It5.434**)) Pero
don Bosco pedía mil, para alcanzar diez; he aquí
la respuesta que le dieron.
MINISTERIO DEL INTERIOR
Sección 3 N. 283.
Turín,
14 de noviembre de 1856
Es muy digno de alabanzas el proyecto del
excelente sacerdote reverendo don Juan Bosco,
expresado en la memoria adjunta a su carta del día
8 de los corrientes,
(**Es5.311**))
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