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Pero aquéllos mismos a quienes él había
invitado y de los que esperaba una generosa
obediencia y resolución, cuántas veces frustraron
sus esperanzas. Fue ésta una cruz pesada que hubo
de arrastrar por años y años, mas sin desalentarse
lo más mínimo. Conseguía muchos para los demás, y
apenas lograba quedarse alguno que otro para sí.
La oposición de buen número de padres y la
inconstancia de los candidatos hacían casi
estériles por este lado sus heroicas fatigas y
sacrificios. Ya lo hemos dicho en otra parte.
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ordenación sacerdotal o al anochecer del día de su
primera misa, manifestaron con toda franqueza que
no era para ellos la vida del Oratorio, y se
marcharon. El deseo de una vida más tranquila y
más cómoda, les hacía preferir una parroquia, un
seminario diocesano o una orden religiosa, aunque
fuera en el extranjero. Y no faltaban quienes,
después de unos años de estudios teológicos,
colgaban los hábitos>>.
Estas defecciones debíanse en gran parte a la
turbación y desasosiego promovidos por el espíritu
de las tinieblas, que no cejaba en su empeño de
obstaculizar a don Bosco el que avanzara por su
camino. Efectivamente, aquellos jóvenes, aún fuera
del Oratorio, conservaron siempre vivo aprecio y
respeto a don Bosco y dieron de ello espléndidas
pruebas.
Pero, si don Bosco procuraba atraer a algunos
de sus alumnos y formarlos en un ambiente de
sociedad religiosa para que más tarde fueran sus
colaboradores, nunca insistió, jamás impuso la
vocación, y ni él ni nadie presionaba en ninguna
ocasión a los jóvenes para que la siguieran, sino
que les dejaba en plena libertad de elegir. Así lo
confirma el canónigo Berrone, testigo de ello
durante varios años.
Y añadía el teólogo Reviglio:
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