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casas para unos días de vacaciones, desaparecían
en las familias honestas todos los prejuicios y
antipatías contra la educación que los periódicos
llamaban despectivamente de sacristía, y con su
excelente conducta arrastraban hacia el Oratorio a
otros del pueblo, cuyos padres esperaban un buen
resultado, dejándolos en manos de don Bosco. Y
cuando éstos terminaban los cursos de latín e iban
a su propio pueblo para recibir la vestidura talar
de manos del párroco, la novedad de la simpática
ceremonia despertaba siempre en alguno el deseo de
imitarlos.
Y puesto que hemos entrado en este tema, no
debe quedar en el silencio otra causa que
indirectamente influyó en el combate contra la
perniciosa influencia del desprecio de la carrera
sacerdotal. Del Oratorio de San Francisco de Sales
y de los otros Oratorios de don Bosco salieron
numerosos obreros, industriales, maestros,
funcionarios, graduados del ejército,
profesionales de las artes liberales, muchos de
los cuales llegaron a ((**It5.399**))
adquirir renombre. Y todos ellos, por el cariño y
aprecio que le profesaban, por los favores sin
cuento realizados por el clero en favor de los
pueblos según le oyeron contar en sus pláticas y
en sus charlas, por la bondad y espíritu de
sacrificio de los colaboradores de don Bosco en su
favor, llevaban muy en alto el honor del
sacerdocio por todos los lugares donde establecían
su morada. De este modo el nombre de don Bosco
hacía simpático y respetable al sacerdocio, hasta
entre los que antes lo perseguían. Algunos de
dichos exalumnos, al presentar sus hijos a don
Bosco, le decían:
-Nosotros no hemos formado en las filas de San
Pedro, pero hacemos un cambio. Le entregamos a
nuestros hijos y, si el Señor los llama, hágalos
sacerdotes, que nos gustará mucho.
Mas si don Bosco ponía tanto interés para
recoger e instruir a los muchachos que eran
esperanza de la Iglesia, no es para descrito el
celo realmente extraordinario con que los ayudaba
a conocer la propia vocación. A los afectuosos
estímulos para ser virtuosos y devotos de Jesús y
de María añadíanse sus charlas sobre este
importantísimo asunto. Y no una sola vez, sino que
los llamaba de cuando en cuando, y preguntaba a
cada uno por sus propias inclinaciones, cómo
realizaba las prácticas de piedad y sobre todo
cómo iba su conducta. Generalmente les advertía
que el que no se sintiese verdaderamente llamado
al estado sacertodal, era preferible se hiciera
obrero, mejor que empezar un camino falso.
Recomendaba a todos que tuvieran un confesor fijo
y se prestaba con gusto a ser su director
espiritual.
Empleaba toda la prudencia para aconsejar a
quienes le consultaban
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