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Iglesia, y no titubeó. Ya hemos visto cómo, desde
hacía años, se industriaba con ímprobos
sacrificios y sin descanso, para conservar y
suscitar vocaciones al estado eclesiástico. Pero
veía que era necesario unir a su obra la actuación
de los obispos y de los párrocos.
En octubre de 1852, don Bosco recomendaba al
obispo de Biella a un jovencito de su diócesis
para que lo admitiese en su seminario menor,
porque le ofrecía esperanzas de éxito en la
carrera eclesiástica. El Obispo le respondió con
los motivos por los que no podía en aquel momento
dar respuesta afirmativa, pero decía: <>.
En 1853 escribía don Bosco a monseñor Clemente
obispo de Cúneo pidiéndole permiso para imponer la
sotana ((**It5.390**)) al
joven Luciano, y le respondía así aquel Prelado el
primero de octubre:
<>.
A finales de 1854 Lorenzo Renaldi, obispo de
Pinerolo, enviaba a don Bosco dos pobres jóvenes
destinados a su seminario: el clérigo Juan
Bautista Cavalleris y el estudiante José Gora, con
la autorización para tomar la sotana. <>.
En 1855 se dirigía don Bosco a algunos párrocos
para que de algún modo ayudaran a un feligrés
suyo, aspirante a la carrera eclesiástica y
escribía al teólogo Appendino, arcipreste de
Caramagna:
(**Es5.282**))
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