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buenas noticias a don Bosco sobre este joven,
parecía que el buen padre se resistía a creerlas.
Se personó en el Oratorio el señor Gurgo; al
encontrar a su hijo en tan buen estado de salud,
obtenido el permiso correspondiente, fue a
reservar los asientos en la diligencia para
marchar con él al día siguiente a Novara, y de
allí a Pettinengo, donde se repondría del todo,
disfrutando de los aires nativos.
Era el domingo 23 de diciembre; Gurgo manifestó
aquella tarde deseos de comer un poco de carne,
alimento que le había sido prohibido por el
médico. El padre, por complacerlo, fue a comprarla
y la hizo cocer en una cacerolita. El joven bebió
el caldo y comió la carne, que ciertamente debía
estar medio cruda, en cantidad un poco excesiva.
El padre se marchó y en la habitación quedaron
Cagliero y el enfermo. Mas he aquí que, a cierta
hora de la noche, el paciente comenzó a quejarse
de fuertes dolores de vientre. El cólico se le
había repetido de un modo más alarmante. Gurgo
llamó por su nombre al asistente:
-íCagliero, Cagliero! íYa terminé de darte las
clasés de piano!
-Ten paciencia, íánimo!, respondió Cagliero.
-Ya no iré más a casa. Ruega por ((**It5.382**)) mí, no
sabes lo mal que me siento. Pide por mí a la
Santísima Virgen.
-Sí, lo haré; invócala tú también.
Seguidamente Cagliero comenzó a rezar por el
enfermo, pero, vencido por el sueño, se quedó
dormido. Mas he aquí que, de pronto, el enfermero
lo sacude e, indicándole a Gurgo, corre a llamar
inmeditamente a don Víctor Alasonatti, que dormía
en la habitación contigua.
Llegó éste, y al cabo de unos instantes Gurgo
expiraba.
La desolación en la casa fue general. Cagliero
se encontró por la mañana a don Bosco, que bajaba
las escaleras para ir a celebrar; el buen padre
estaba hondamente apenado, porque ya le habían
comunicado la dolorosa noticia. En el Oratorio se
comentó mucho esta muerte. Era la luna vigésima
segunda aún no cumplida; y Gurgo, al morir el día
24 de diciembre antes de la aurora, había hecho
que se cumplise la segunda predicción de don
Bosco, a saber, que no habría asistido a la fiesta
de Navidad.
Después de la comida, jóvenes y clérigos
rodearon silenciosos a don Bosco. De pronto el
clérigo Juan Turchi le preguntó si Gurgo era el de
las lunas.
-Sí, respondió don Bosco: él era; el mismo que
vi en el sueño.
Seguidamente añadió:
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