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cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por
delante de todos para examinarlos y entre ellos
descubrí al que llevaba la luna sobre la cabeza,
el cual estaba más pálido que los demás; de sus
hombros pendía un manto fúnebre. Me dirigí a él
para preguntarle el significado de todo aquello,
cuando una mano me detuvo y vi a un desconocido
((**It5.378**)) de
aspecto grave y noble continente, que me dijo:
-Antes de acercarte a él, escúchame; todavía
tiene veintidós lunas de tiempo; antes de que
hayan pasado, este joven morirá. No le pierdas de
vista y prepáralo.
Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra
explicación sobre lo que me acababa de decir y
sobre su repentina aparición, pero no logré verle
más. El joven en cuestión, mis queridos hijos, me
es conocido y está en medio de vosotros.
Un vivo terror se apoderó de lo oyentes, tanto
más que era la primera vez que don Bosco anunciaba
en público y con cierta solemnidad la muerte de
uno de los de casa. El buen padre no pudo por
menos de notarlo y prosiguió:
-Yo conozco al de las lunas, está en medio de
vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os
he dicho, se trata de un sueño y sabéis que no
siempre se debe prestar fe a los sueños. De todas
maneras, sea como fuere, lo cierto es que debemos
estar siempre preparados, como nos lo recomienda
el Divino Salvador en el Evangelio y no cometer
pecados; entonces la muerte no nos causará
espanto. Sed todos buenos, no ofendáis al Señor, y
yo entre tanto no perderé de vista al del número
22, el de las veintidós lunas o veintidós meses,
que eso quiere decir; y espero que tendrá una
buena muerte.
Esta noticia, si bien asustó mucho al principio
a los muchachos, hizo inmediatamente un grandísimo
bien entre ellos, pues todos procuraban mantenerse
en gracia de Dios, con el pensamiento de la
muerte, mientras contaban las lunas que se iban
sucediendo.
Don Bosco, de vez en cuando, les preguntaba:
->>Cuántas lunas faltan aún?
Y lo muchachos respondían:
-Veinte, dieciocho, quince, etc.
A veces, algunos que no perdían una sola de sus
palabras, se le acercaban para decirle el número
de lunas que habían pasado, e intentaban hacer
pronósticos, adivinar..., pero don Bosco guardaba
silencio.
El joven Piano, que había entrado ((**It5.379**)) en el
Oratorio en el mes de noviembre (1854), oyó hablar
de la luna novena, y por los superiores y
compañeros vino a saber la predicción de don
Bosco. Y también,
(**Es5.273**))
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