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libros traídos consigo, que hubo de presentar a
principio de curso, ocultó algunos de los peores
para su inexperta edad. Cuando don Bosco supo el
malvado engaño, volvió a escribir a su padre:
Muy apreciado Señor:
Su carta y cuanto yo he sabido decir a su hijo
Juan, no le han causado impresión alguna. Le he
llamado a mi habitación hace un momento y le he
dicho cuanto he sabido. El calla y no responde o
suelta una sarta de mentiras. Ha leído aún durante
la misa y la predicación los libros más indecentes
y prohibidos bajo excomunión.
Dice que mañana, 24 de diciembre, va a casa;
determine lo que quiere hacer; yo no puedo tenerlo
por más tiempo. Su profesor me ha mandado a decir
que no lo acepta en la clase, si no viene
acompañado de una carta. La razón es que estudia
poco y falta con frecuencia a clase.
((**It5.374**)) Me sabe
mal tener que darle estas noticias, pero no quiero
engañarle. Si en algo puedo serle útil, cuente
conmigo, que de veras me profeso siempre,
su seguro servidor
JUAN BOSCO, Sac.
El caso parecía desesperado, mas no lo fue. En
el Oratorio se vivía, todos estaban persuadidos de
ello, en un ambiente donde aleteaba lo
sobrenatural de forma sensible. En efecto el 24 de
diciembre se cumplía una predicción que don Bosco
había hecho casi dos años antes, y había mantenido
continuamente preocupados a todos los alumnos a la
espera de su cumplimiento. No podía ninguno
sustraerse a la evidencia del hecho. Hablaremos de
él en el capítulo siguiente. Nuestro muchacho
experimentó una sacudida violenta y saludable;
pidió perdón, suplicó a don Bosco y siguió en el
Oratorio. Luego cambió radicalmente de conducta y
se mantuvo fiel.
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