Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es5.268**) -Por mi parte no hay dificultad..., pero..., con tres condiciones. -Veámoslas. -La primera, que no me hablen nunca de confesión; la segunda, que me dispensen de ir a la iglesia, porque no quiero ni pisarla; y la tercera, que pueda salir cuando quiera. De lo contrario, nada. El padre no despegó los labios; pero sabiendo con quién tenía que habérselas, no creyó oportuno oponerse a aquel programa. Por tanto, volvió de nuevo a don Bosco, y, temiendo una negativa, le expuso con recelo las condiciones fijadas por su hijo. Don Bosco le escuchó serenamente y le contestó sonriendo: -Bueno, pues dígale a su hijo que acepto. El padre, fuera de sí por la alegría, dejó a su hijo tan satisfecho en el Oratorio. Don Bosco empezó a tratarlo con toda bondad, como si fuera uno de los mejores alumnos, pero sin nombrarle para nada la religión, sabiendo que por aquel entonces hubiera sido del todo inútil. Pero el infeliz tenía ojos y oídos que le obligaban a ver los santos ejemplos de sus ((**It5.371**)) compañeros y a oír las platiquitas de la noche y otras charlas que don Bosco dirigía a la comunidad. Durante la primera semana, cuando sonaba la campana para ir a la iglesia, el jovencito se iba a pasear bajo los pórticos, cantando canciones profanas. Pero como nadie le reñía ni le invitaba a cumplir el reglamento, casi empezó a molestarle la despreocupación que le parecía demostraban los demás por su actuación, y a sentir hastío por lo solo que se veía durante aquella hora. Así que, hasta por curiosidad, se resolvió a entrar en la iglesia. Sin dar a ver que reconocía la santidad del lugar, se plantó de pie en un rincón y observó cómo rezaban sus compañeros, cómo estaba el confesonario rodeado de penitentes y cómo iban a comulgar. -íImbéciles! murmuraba en voz baja, pero no tanto que alguno no se enterara. íImbéciles! De este modo quería mostrar su independencia de espíritu y tal vez también buscaba rebelarse contra un nuevo sentido que se iba abriendo camino en su corazón, y al que quería oponerse a toda costa. Así continuó por algún tiempo; seguía yendo a la iglesia, pero siempre en actitud despectiva o indiferente. Algunos jóvenes de los mayores de la Compañía de San Luis, y también de los más piadosos, lo tenían cercado conversando y jugando con él, para ganárselo y aislarlo de quien hubiera podido escandalizarse. Mientras tanto, don Bosco rezaba y hacía rezar por él. Los consejos de sus nuevos y fieles amigos, algunas palabras de don Bosco, que dejaban huella imborrable en su corazón, le hicieron (**Es5.268**))
<Anterior: 5. 267><Siguiente: 5. 269>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com