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entretenía a la gente con su gracias hasta la hora
del teatro, montado a un lado de la era y que
nunca faltaba para cerrar la fiesta. Finalmente,
ya de noche, se soltaban globos, se prendían
cohetes y ruedas pirotécnicas: era un espectáculo
encantador ver hasta en las colinas cercanas
alzarse las llamas de las fogatas de alegría.
Al día siguiente del Rosario, el teólogo
Cinzano obligaba a don Bosco y a sus muchachos a
devolverle la visita. Iban los granjeros,
instalaban un hornillo en un rincón del huerto y
preparaban una polenta extraordinaria. Don Bosco
era recibido con todos los honores en la casa
rectoral. Los mismos muchachos ayudaban a preparar
la comida y mientras tanto los cantores
contentaban al buen párroco que quería oír música
buena y clásica: subían al coro e interpretaban
varias piezas reservadas para aquella ocasión.
Siempre había que dar gusto a su predilección por
la música de Mercadante 1 con el famoso Et unam
sanctam.
Y llegaba el momento esperado: aparecía en
mitad del patio la polenta, que era recibida al
son de los instrumentos y el canto de alguna
conocida canción popular. Los muchachos, puestos
en corro y sentados, quien sobre una piedra, quien
sobre un madero, recibían su ración y pan, queso,
salchichón asado, uvas y miel; todo desaparecía
como por encanto.
Tras la comida de los muchachos, acompañaba el
párroco a don Bosco con sus clérigos a otra más
cómoda y agradable mesa, en compañía de los
sacerdotes del contorno, que él quería reunir para
honrar a don Bosco. Solía decirles:
-íYa veréis lo que llegará a ser un día don
Bosco! íTiene cabeza de ((**It5.352**))
Ministro de Estado!
Don Bosco trataba a su párroco con toda
deferencia y, lo mismo allí que en otra parte,
besábale la mano delante de todo el mundo. Los
muchachos admiraban y recordaban este acto de
respeto que jamás omitía don Bosco.
Llegaba por fin el momento de abandonar
Caltelnuovo. Algunos delicaduchos se quedaban en I
Becchi; los demás, provistos de abundantes
vituallas, que el párroco les regalaba, emprendían
el camino de Turín, adonde llegaban hacia las
nueve de la noche. Generalmente hacían un alto en
Chieri, y desde allí iban de un tirón hasta el
Oratorio. Cansados y todo, volvían felices, porque
llevaban consigo una preciada reliquia. Habían
resquebrajado algún trocito de yeso o
1 José Javier Mercadante (1795-1870) fue un
gran compositor italiano, autor de muchas óperas,
sinfonías, misas y música sagrada y profana. (N.
del T.)
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