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del ferrocarril, alcaldes y personas de
consideración de distintos pueblos, que habían
ayudado de alguna manera a sus muchachos y
cooperado a sus rifas. Estas atenciones le
conquistaron muchos corazones. Más adelante
recomendaba a los directores de colegios e
internados, distribuidos por diversas regiones,
que cambiaran entre sí con el mismo fin, las cosas
curiosas más estimadas en aquellas tierras.
Y no hay que olvidar el cuidado que don Bosco
ponía en satisfacer los deseos de sus buenos
amigos, siempre que podía. Una distinguida señora
anhelaba tener unos pajaritos, para contentar a
sus chiquitines y don Bosco le mandó una nidada
con sus crías aún sin plumas. La familia quedó
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emocionada con el inesperado regalo, que se
arrodilló alrededor de la mesa sobre la que estaba
el nido y rezó por don Bosco. Criaron a los
pájaros, cuando emplumecieron y pudieron volar los
soltaron y, al mismo tiempo, enviaron una limosna
al Oratorio.
Y nosotros, llegados a este punto y cumplido
sumariamente nuestro cometido, tomando de aquí y
de allí algunas pruebas de la vida de nuestro
querido fundador, volvemos al 1855.
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