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Podríamos contar muchísimos otros episodios
parecidos ya que don Bosco, cuando hablaba,
siempre lo hacía de suerte que no ofendía el amor
propio de aquéllos a quienes quería llevar a Dios.
Tenía una cortesía, prudencia y delicadeza
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admirables para hacer llegar al oído de quien la
necesitaba la palabra oportuna para su bien
espiritual.
El celo de don Bosco nacía del profundo
reconocimiento que nutría hacia sus bienhechores.
Era de ver cómo se manifestaba en él esta virtud
hasta en las circunstancias más insignificantes.
Le conmovía la menor deferencia que se le tuviese.
Un chico que le indicase una calle, un criado que
le encendiese una lamparilla, un empleado que le
sirviese un vaso de agua o le prestase cualquier
servicio, podía estar seguro de que se lo
agradecía. Con frecuencia, después de una visita o
de una conferencia algo larga, le hemos oído
exclamar:
-Os agradezco la paciencia que habéis tenido
aguantándome y escuchándome.
Y de aquí se pueden colegir los sentimientos de
su bondadoso corazón hacia quienes le ayudaban a
continuar sus obras con generosos sacrificios.
Rezaba continuamente y hacía rezar cada día a
sus muchachos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria
por los bienhechores en las oraciones
comunitarias. Con frecuencia recomendaba la
comunión, y sobre todo celebraba y hacía celebrar
la misas por ellos, particularmente cuando estaban
enfermos, y después de su muerte. No olvidaba
nunca sus benemerencias. Cuenta don Francisco
Cerruti que, una vez en Alassio, a punto de salir
a celebrar la santa misa, le llamó y le dijo:
-Mira, esta mañana voy a celebrar la misa por
el reverendo Vallega, aquel sacerdote tan bueno,
que hace unos años nos hizo tal favor...
Inculcaba a sus muchachos este espíritu de
agradecimiento y lo manifestaba a menudo con
palabras tan arrebatadoras, que los estusiasmaba:
->>Veis, decíales una vez? No teníamos con qué
pagar el pan, y vino tal ((**It5.335**)) señor o
tal señora a ayudarnos. íQué grande es la bondad
de Dios!
Añadiremos que atribuía el mérito de todo
cuanto hacía a sus bienhechores, y no a sí mismo.
Mil veces se le oyó repetir que, si hacía algún
bien, lo debía a la caridad de los buenos.
-Nosotros, exclamaba, vivimos de la caridad de
nuestros bienhechores.
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