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Erase un muchacho de unos doce años, hijo de un
ilustre general, y con muy buenas dotes de mente y
corazón. El padre, hombre bueno, pero poco sagaz
en punto a educación, dejaba en el salón los
periódicos escritos según el criterio de los
tiempos. Tenía el cuidado de que el chico no
leyera ciertos artículos, pero permitía que se
entretuviera libremente con periódicos ilustrados
que llevaban los retratos de los héroes
principales de la revolución y magníficas
litografías de sus batallas, de sus triunfos y
desventuras, con comentarios de juicios
irreligiosos sobre tales empresas. La fantasía del
joven estaba fatalmente mal impresionada y, aunque
de familia verdaderamente católica, comenzó a
despreciar la religión.
Fue don Bosco un día a visitar al general.
Salió éste a recibirle, besó su mano y le agasajó
cariñosamente. Estaba el chico presente y
extrañamente serio.
-Ea, Carlitos, dijo su padre: ven a besar la
mano a don Bosco.
El chico no se movió.
->>No sabes quién es este sacerdote? íEs don
Bosco de quien tantas veces has oído hablar!,
replicó el general.
-íMe da asco!, murmuró entre dientes Carlitos.
((**It5.330**)) ->>No
has visto cómo yo también le he besado la mano?
->>Besar la mano a un cura?, exclamó con
desprecio.
Quedó el padre mortificado y don Bosco
sorprendido. Se entabló conversación. Si se
hablaba de historia, o de geografía, de la
independencia italiana o de música, el muchacho,
que tenía desparpajo y gracia y era cariñoso con
sus padres, intervenía en ella oportunamente;
pero en cuanto se aludía a cosas de religión,
parecía falto de juicio.
Cuando Carlos se retiró, su padre, apenado por
haber descubierto en el hijo aquel hastío contra
la religión, dijo a don Bosco:
->>Cómo se entiende que mi hijo haya cambiado
tanto, cuando antes era tan religioso? >>Cómo es
posible? íNo me lo explico! No son éstas las
enseñanzas de su madre, ni los ejemplos que ha
visto en su padre. Le aseguro don Bosco que le
hemos cuidado siempre con cautela, no le hemos
permitido amistades sospechosas, ni que
frecuentase compañías peligrosas. >>Cómo, pues,
puede habérsele metido en la cabeza esa aversión
contra los sacerdotes?
Don Bosco, sabedor de la candidez de aquel
señor, había echado un vistazo en derredor y había
visto sobre la mesa La Gaceta del Pueblo, La
Piamontesa, El Siglo y otros periódicos de la
misma calaña.
->>Busca usted la causa, señor Marqués? Hela
ahí sobre esa mesa.
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