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corre por toda Europa, y que tanto honra a la
Iglesia con sus escritos.
Vallauri, observando la mirada bonachona de don
Bosco, le interrumpió:
->>Quiere, tal vez, darme un zurriagazo?
-Mire, Profesor: refiriéndome a su opinión, le
diré solamente lo que pienso: usted sostiene que
los autores cristianos latinos no escribieron con
elegancia sus libros y, en cambio, se compara a
San Jerónimo por su modo de escribir con Tito
Livio, a Lactancio con Cicerón, y a otros con
Salustio y con Tácito.
Don Bosco no insistió; Vallauri reflexionó un
momento y respondió:
-Don Bosco, lleva usted razón; dígame lo que
debo corregir; le obedeceré ciegamente. Créame, es
la primera vez que someto mi opinión a la de otro.
Y desde aquel día iba repitiendo ((**It5.327**)) al
hablar de don Bosco:
-íEstos son los curas que me gustan! Son
sinceros.
Con toda cortesía conseguía resucitar prácticas
cristianas caídas en desuso en muchas familias.
El, que tanta importancia daba al santiguarse
antes y después de las comidas, fue invitado por
unos señores en cuya casa no existía esta práctica
religiosa. Don Bosco lo sabía.
-Déjame hacer, pensó; vamos a ver si les doy
una lección.
>>Qué hizo? Se entretuvo un poco con uno de los
chiquillos, cuando habían invitado a pasar al
comedor. Estaba ya la familia sentada a la mesa.
Entró don Bosco en la sala y dijo al niño:
-Ahora hagamos la señal de la cruz antes de
empezar a comer. >>Sabes por qué debemos
santiguarnos antes de comer?
-No, no lo sé, respondió el chiquito.
-Pues bien, te lo digo yo en dos palabras: el
motivo es para distinguirnos de lo animales. Los
animales, que no tienen razón, no hacen la señal
de la cruz, porque no saben que el alimento que
comen es un don de Dios; pero nosotros, que somos
cristianos, y sabemos que el pan que comemos es
una gracia del Señor, hemos de santiguarnos en
agradecimiento. Además, tú sabes muy bien lo fácil
que es morir. Podría suceder que una miga de pan
equivocase el camino y nos cortase la respiración,
o que una espina de pescado se nos clavase en la
garganta; pues, si rezamos antes al Señor, él nos
librará de todos estos peligros. Di, pues,
conmigo: En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, amén.
El padre, la madre y los demás se miraron uno a
otro y se ruborizaron.
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