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los clérigos Miguel Rúa y José Rocchietti. Los
estudiantes premiados fueron: Bellisio, Artiglia y
Cagliero. Sacaron las suertes: Turchi el mayor,
Angel Savio, Pepe L. y Comollo>>.
En este registro está consignada la
calificación de conducta moral de cada uno de los
76 internos de la casa, desde el primero de
noviembre de 1853 al primero de agosto de 1854. La
puntualización más alta es la de 10. En el mismo
figura la calificación mensual de conjunto sobre
la conducta moral, religiosa y escolar de los
clérigos; aparecen entre éstos, además de Domingo
Marchisio, otros de los que aún no hemos hecho
mención y son: José Olivero, Juan Luciano y Luis
Viale.
El motivo por el que dos clérigos dejaron la
sotana queda al descubierto por las calificaciones
cada vez más bajas que iban obteniendo, según
avanzaba el año, y por una explicación del mismo
don Bosco. Fueron habitualmente negligentes en la
asistencia a las practicas de piedad, perdieron el
tiempo en vez de estudiar y se mostraron poco
edificantes en sus juicios y en su trato.
De cuando en cuando se leían también en público
las calificaciones de los clérigos, en los días
señalados, a la par de las de los alumnos. Nadie
se daba por ofendido ni se extrañaba. El Oratorio
era el reino de la verdadera democracia. Clérigos,
estudiantes y artesanos se trataban con fraternal
familiaridad y se tuteaban, no sólo entonces, sino
también más tarde, ya hombres, cuando parecía que
las diferencias sociales exigían un cambio de
lenguaje.
El auténtico ((**It5.13**)) afecto
no cambia, y así era el que don Bosco inculcaba
con su heroica caridad, constante, generosa y
siempre dispuesta a sacrificarse por sus hijos.
Gozaba con los que gozaban, sufría con los que
sufrían, lloraba con los que lloraban, era feliz
con sus éxitos y hasta se dolía con los que caían
enfermos. Podía decir con San Pablo: Quis
infirmatur et ego non infirmor? Hasta enfermaba
para que ellos curaran. Ocurrió, durante los
primeros años del Oratorio, que siempre que un
muchacho tenía fiebre, dolor de muelas, de cabeza
o cualquier otro mal, iba él a la iglesia y
suplicaba al Señor que librara a aquel joven de su
mal y le pasara a él aquella penitencia. Y el
Señor le escuchaba.
Cuando un muchachito se encontraba mal,
decíale:
-íEa, ánimo; ya tomaré yo una parte de tu mal!
Lo decía riendo, pero enseguida le asaltaba el
dolor de cabeza, de oídos o de muelas, mientras
que el muchacho se veía totalmente libre de él.
Pero con el tiempo, al ver que, si no estaba bien
no podía cumplir con sus deberes y que su
presencia era necesaria para la(**Es5.23**))
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