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En estas visitas tenía el mayor cuidado para
((**It5.314**)) no
causar molestias ni dar qué hacer a las personas
de servicio.
Una vez le ofrecieron los señores una tacita de
café, aunque en otras ocasiones le habían
insistido y él se había excusado. Aquel día la
aceptó. Pero, en vez del azucarero, le presentaron
un tarrito con sulfato de magnesia natural. Don
Bosco se sirvió sin pensar en la diferencia, y
bebió todo el café. Es fácil suponer con qué
gusto, pero no demostró la menor repugnancia, por
no disgustar al camarero ni mortificar a la
familia.
Cuando hacía antesala solía tratar y
entretenerse con las personas de servicio, muy
familiarmente. Los llamaba amigos, les explicaba
que también él había servido en otro tiempo, y
ellos se sentían felices con su llegada y le
profesaban un afecto que no tenían a sus dueños.
Estos sus modales no eran hijos del fingimiento
alguno sino de su humildad. Prueba de ello era
cómo recibía a sus parientes cuando iban a verlo
al Oratorio, vestidos de pobres campesinos; lo
mismo que a la anciana señora Dorotea Moglia, en
cuya casa había estado de criadillo, las pocas
veces que fue a verlo a Valdocco: la honraba con
toda amabilidad como si fuera su madre y la hacía
sentar a su lado en el comedor.
Como consecuencia de aquellas visitas recibía
invitaciones para comer, ya que las familias
tenían en gran estima que don Bosco aceptara
sentarse a su mesa. Y don Bosco no se negaba, ya
fuera para demostrarles su agradecimiento por las
ayudas recibidas, ya fuera para no aparecer
insensible a los ruegos de quienes tanto le
apreciaban, y también para tener ocasión de
exponer con calma las necesidades urgentes del
Oratorio y de sus otras obras. Pero, al salir de
su habitación para cumplir su palabra, solía decir
((**It5.315**)) a don
Miguel Rúa o a su secretario:
-íSi tú supieras cuánto me repugna tener que ir
a comer fuera del Oratorio...! Y, sin embargo,
tengo que hacerlo así para sacar alguna limosna.
Algunos generosos señores ponen por condición que
vaya a comer con ellos, y me prometen una buena
suma diciendo: <>. Si no fuera por esto, jamás
aceptaría tales invitaciones, aunque ciertamente
están inspiradas por la caridad. Prefiero yo
nuestra mesa frugal y modesta a ésas tan bien
provistas y de tantos platos... Lo siento de
veras, pero ello no tiene remedio.
Efectivamente, don Bosco a menudo, al sentarse
a la mesa y desdoblar la servilleta, se encontraba
un billete de cien, de quinientas y
(**Es5.229**))
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