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((**Es5.229**) En estas visitas tenía el mayor cuidado para ((**It5.314**)) no causar molestias ni dar qué hacer a las personas de servicio. Una vez le ofrecieron los señores una tacita de café, aunque en otras ocasiones le habían insistido y él se había excusado. Aquel día la aceptó. Pero, en vez del azucarero, le presentaron un tarrito con sulfato de magnesia natural. Don Bosco se sirvió sin pensar en la diferencia, y bebió todo el café. Es fácil suponer con qué gusto, pero no demostró la menor repugnancia, por no disgustar al camarero ni mortificar a la familia. Cuando hacía antesala solía tratar y entretenerse con las personas de servicio, muy familiarmente. Los llamaba amigos, les explicaba que también él había servido en otro tiempo, y ellos se sentían felices con su llegada y le profesaban un afecto que no tenían a sus dueños. Estos sus modales no eran hijos del fingimiento alguno sino de su humildad. Prueba de ello era cómo recibía a sus parientes cuando iban a verlo al Oratorio, vestidos de pobres campesinos; lo mismo que a la anciana señora Dorotea Moglia, en cuya casa había estado de criadillo, las pocas veces que fue a verlo a Valdocco: la honraba con toda amabilidad como si fuera su madre y la hacía sentar a su lado en el comedor. Como consecuencia de aquellas visitas recibía invitaciones para comer, ya que las familias tenían en gran estima que don Bosco aceptara sentarse a su mesa. Y don Bosco no se negaba, ya fuera para demostrarles su agradecimiento por las ayudas recibidas, ya fuera para no aparecer insensible a los ruegos de quienes tanto le apreciaban, y también para tener ocasión de exponer con calma las necesidades urgentes del Oratorio y de sus otras obras. Pero, al salir de su habitación para cumplir su palabra, solía decir ((**It5.315**)) a don Miguel Rúa o a su secretario: -íSi tú supieras cuánto me repugna tener que ir a comer fuera del Oratorio...! Y, sin embargo, tengo que hacerlo así para sacar alguna limosna. Algunos generosos señores ponen por condición que vaya a comer con ellos, y me prometen una buena suma diciendo: <>. Si no fuera por esto, jamás aceptaría tales invitaciones, aunque ciertamente están inspiradas por la caridad. Prefiero yo nuestra mesa frugal y modesta a ésas tan bien provistas y de tantos platos... Lo siento de veras, pero ello no tiene remedio. Efectivamente, don Bosco a menudo, al sentarse a la mesa y desdoblar la servilleta, se encontraba un billete de cien, de quinientas y (**Es5.229**))
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