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entre la isla de Cerdeña y la Toscana. Después
llegamos a Malta, donde nos abastecimos de agua,
porque como bien sabéis, el agua del mar es muy
salada y no se puede beber, y, por tanto, hay que
hacer provisión de agua dulce para beber en alta
mar. Y luego, siempre caminando sobre el agua de
un mar a otro, llegamos a Constantinopla, ((**It5.289**)) que es
una gran ciudad, mayor que Turín, pero no tan
bonita. Di una vuelta por las calles de aquella
capital, que son muy torcidas y poco limpias.. Vi
por vez primera a los turcos, que, según dicen,
son valientes en la guerra, pero que, a primera
vista, parecen comediantes. Llevan dos sacos por
calzones, un camisón cubre su tronco y se ponen en
la cabeza una gran montera donde caben tres
medidas de maíz. Son de lo más ignorante; no saben
ni siquiera piamontés, cosa que saben nuestros
niños más pequeños. Pregunté a uno de ellos qué
hora era y me respondió:
-Rachid, Rachid.
-Yo no pregunto Rachid; pregunto qué hora es.
El entonces me dijo:
-Rachid, Rabadam, Rabadam.
Y yo le contesté:
-Vete con tu Rachid y tu Rabadam. Hay ya muchos
rabadanes en mi pueblo y no tengo por qué
buscarlos aquí.
Me volví corriendo al barco y llegué justo en
el momento en que los nuestros se reunían para
reemprender el camino hacia el mar Negro. Yo tenía
unas ganas locas de ver aquel mar, pues me pensaba
que fuese negro de veras; pero vi que el agua es
igual que la de los otros sitios; y me dijeron que
se llama mar Negro por la gran oscuridad que
presenta por la tarde y también porque está
cubierto de densa y oscura niebla durante buena
parte del año.
CRIMEA
Después de catorce días de viaje, una mañana,
al despuntar el día, oí gritar: íCrimea, Crimea!
Salí también yo, en mangas de camisa, para ver
Crimea, y vi a lo lejos una punta de tierra que
parecía un hombre sumergido en el agua con la
nariz fuera.
A medida que me acercaba se iba agrandando; y
al fin apareció una nación, donde habitan hombres
de cuerpo y alma como nosotros.
Yo he encontrado poca diferencia con nuestra
tierra. Allí sale el sol por la mañana y se pone
por la tarde; de día hay claridad y de noche
oscurece, salvo cuando aparece la luna. La gente
anda con los pies, trabaja con las manos, come con
la boca, habla con la lengua, ve con los ojos, y
oye con los oídos.
((**It5.290**)) También
es costumbre allí tener que trabajar para comer,
excepción hecha de unos pocos que se dedican a
robar.
La diferencia entre este país y los nuestros es
ésta: aquí los comestibles son caros; allí
carísimos. Un plato de sopa cuesta diez cuartos,
una limonada, hecha con la máxima economía, ocho;
el pan, a dos liras con cincuenta céntimos el
kilo; un litro de vino algo bueno a tres liras; un
muslo de pollo una lira y así lo demás. Todo era
caro, mas para mí y para mi patrón nos iba bien
porque nos ayudaba a ganar dinero.
Pero en medio de esta abundancia no faltaban
cosas que nos causaban gran molestia. Durante el
día nos oprimía un calor exagerado y por la noche
nos helaba un frío increíble. De día, tábanos y
moscas impertinentes que pican sin descanso; de
(**Es5.213**))
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