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((**Es5.213**) entre la isla de Cerdeña y la Toscana. Después llegamos a Malta, donde nos abastecimos de agua, porque como bien sabéis, el agua del mar es muy salada y no se puede beber, y, por tanto, hay que hacer provisión de agua dulce para beber en alta mar. Y luego, siempre caminando sobre el agua de un mar a otro, llegamos a Constantinopla, ((**It5.289**)) que es una gran ciudad, mayor que Turín, pero no tan bonita. Di una vuelta por las calles de aquella capital, que son muy torcidas y poco limpias.. Vi por vez primera a los turcos, que, según dicen, son valientes en la guerra, pero que, a primera vista, parecen comediantes. Llevan dos sacos por calzones, un camisón cubre su tronco y se ponen en la cabeza una gran montera donde caben tres medidas de maíz. Son de lo más ignorante; no saben ni siquiera piamontés, cosa que saben nuestros niños más pequeños. Pregunté a uno de ellos qué hora era y me respondió: -Rachid, Rachid. -Yo no pregunto Rachid; pregunto qué hora es. El entonces me dijo: -Rachid, Rabadam, Rabadam. Y yo le contesté: -Vete con tu Rachid y tu Rabadam. Hay ya muchos rabadanes en mi pueblo y no tengo por qué buscarlos aquí. Me volví corriendo al barco y llegué justo en el momento en que los nuestros se reunían para reemprender el camino hacia el mar Negro. Yo tenía unas ganas locas de ver aquel mar, pues me pensaba que fuese negro de veras; pero vi que el agua es igual que la de los otros sitios; y me dijeron que se llama mar Negro por la gran oscuridad que presenta por la tarde y también porque está cubierto de densa y oscura niebla durante buena parte del año. CRIMEA Después de catorce días de viaje, una mañana, al despuntar el día, oí gritar: íCrimea, Crimea! Salí también yo, en mangas de camisa, para ver Crimea, y vi a lo lejos una punta de tierra que parecía un hombre sumergido en el agua con la nariz fuera. A medida que me acercaba se iba agrandando; y al fin apareció una nación, donde habitan hombres de cuerpo y alma como nosotros. Yo he encontrado poca diferencia con nuestra tierra. Allí sale el sol por la mañana y se pone por la tarde; de día hay claridad y de noche oscurece, salvo cuando aparece la luna. La gente anda con los pies, trabaja con las manos, come con la boca, habla con la lengua, ve con los ojos, y oye con los oídos. ((**It5.290**)) También es costumbre allí tener que trabajar para comer, excepción hecha de unos pocos que se dedican a robar. La diferencia entre este país y los nuestros es ésta: aquí los comestibles son caros; allí carísimos. Un plato de sopa cuesta diez cuartos, una limonada, hecha con la máxima economía, ocho; el pan, a dos liras con cincuenta céntimos el kilo; un litro de vino algo bueno a tres liras; un muslo de pollo una lira y así lo demás. Todo era caro, mas para mí y para mi patrón nos iba bien porque nos ayudaba a ganar dinero. Pero en medio de esta abundancia no faltaban cosas que nos causaban gran molestia. Durante el día nos oprimía un calor exagerado y por la noche nos helaba un frío increíble. De día, tábanos y moscas impertinentes que pican sin descanso; de (**Es5.213**))
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