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((**Es5.212**) LA VISTA DEL MAR Amigos, estáis con ansia de saber noticias de mi viaje y voy a satisfacérosla. Oíd con atención: no voy a contaros hechos atroces y sangrientos, pero os gustarán. Tomé el tren en la estación de Puerta Nueva, y en pocas horas llegué a Génova. Cargamos un millón de enseres de todo género en un buque y luego embarcamos. Mientras navegué cerca de la playa, todo fue muy bien; pero cuando vi desaparecer la ciudad, la playa, las colinas y los montes, entonces, afligido, me dije: íPobre HOMBRE DE BIEN! íquién sabe si volverás a ver estas tierras! Cuando me encontré en alta mar me puse a considerar la forma de los barcos. Están hechos lo mismo que las barquichuelas que vosotros habéis visto muchas veces flotando sobre el Po, pero son cincuenta veces mayores. Allí hay muchas habitaciones, donde se puede comer, dormir, pasear, fumar y otras cosas que se regalan a quien tiene dinero para pagarlas. íEl mar! íOh, qué inmenso es el mar! Imaginaos una extensísima llanura sin límites de montes ni montañas, sin caminos, ni casas, ni viñas, ni prados, ni plantas, ni bosques y que el confín de aquella vastísima llanura se pierde en la misma llanura: tendréis así una ligera idea del mar. Iba yo contemplando con no poca maravilla las olas que cruzaban nuestro barco. Tenía un gran placer al ver peces grandes y pequeños que asomaban su cabeza entre las olas próximas al buque. Daba la impresión de que aquellos animales sabían que yo soy UN HOMBRE DE BIEN y que nada tenían que temer de mí. Entretanto, me di cuenta de que se acercaba la noche; así que, olvidando toda preocupación y ((**It5.288**)) deseo del pasado y del porvenir, me acerqué al bar, me comí un trozo de pan de munición con una raja de salchichón, me bebí medio litro de vino y me fui a acostar sobre un jergón de paja. Dormía yo tan plácidamente cuando, aposta o por error, un compañero, creído que yo era un tronco de madera para el fuego, me agarró por una pierna. -Despacio, empecé a gritar, que es mi pierna. ->>Qué pierna?, es un tronco y voy a quemarlo. -íMajadero!, le grité con todas mis fuerzas, quema tus piernas y no las mías. Yo pago impuestos por ellas y no quiero que nadie me las toque. El otro se apartó y me dejó con mis piernas. Pero como había interrumpido el sueño, ya no pude recobrarlo. Para refrescarme un poco, salí a cubierta. Entonces apareció ante mis ojos un espectáculo jamás visto en mi vida. Miraba hacia arriba y contemplaba una inmensa cantidad de estrellas; bajaba la mirada y veía bajo mis pies las mismas estrellas que admiraba encima y en torno a mí. Me pareció en aquel instante que era un granito de polvo perdido en el universo. Cuanto más alzaba y bajaba los ojos para contemplar la enorme cantidad de estrellas que me circundaban, tanto más pequeño me veía. Impresionado por esta imaginación, me puse a gritar: -íPobre Hombre de bien! tú vuelves a la nada. Pero, entretanto, me daba cuenta de que aún tenía la cabeza sobre los hombros, que mi corazón palpitaba, que mi lengua hablaba. Así que, convencido de mi pequeñez, dije para mí mismo: -íVes, HOMBRE DE BIEN, qué pequeño eres frente a tantas estrellas tan grandes y tan distintas unas de otras! íQué grande debe ser el que ha hecho todas estas cosas! Siguiendo el camino de Génova, pasamos por un mar llamado Tirreno, que está (**Es5.212**))
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