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LA VISTA DEL MAR
Amigos, estáis con ansia de saber noticias de
mi viaje y voy a satisfacérosla. Oíd con atención:
no voy a contaros hechos atroces y sangrientos,
pero os gustarán.
Tomé el tren en la estación de Puerta Nueva, y
en pocas horas llegué a Génova.
Cargamos un millón de enseres de todo género en
un buque y luego embarcamos.
Mientras navegué cerca de la playa, todo fue
muy bien; pero cuando vi desaparecer la ciudad, la
playa, las colinas y los montes, entonces,
afligido, me dije: íPobre HOMBRE DE BIEN! íquién
sabe si volverás a ver estas tierras!
Cuando me encontré en alta mar me puse a
considerar la forma de los barcos. Están hechos
lo mismo que las barquichuelas que vosotros habéis
visto muchas veces flotando sobre el Po, pero son
cincuenta veces mayores. Allí hay muchas
habitaciones, donde se puede comer, dormir,
pasear, fumar y otras cosas que se regalan a quien
tiene dinero para pagarlas.
íEl mar! íOh, qué inmenso es el mar! Imaginaos
una extensísima llanura sin límites de montes ni
montañas, sin caminos, ni casas, ni viñas, ni
prados, ni plantas, ni bosques y que el confín de
aquella vastísima llanura se pierde en la misma
llanura: tendréis así una ligera idea del mar.
Iba yo contemplando con no poca maravilla las
olas que cruzaban nuestro barco. Tenía un gran
placer al ver peces grandes y pequeños que
asomaban su cabeza entre las olas próximas al
buque. Daba la impresión de que aquellos animales
sabían que yo soy UN HOMBRE DE BIEN y que nada
tenían que temer de mí. Entretanto, me di cuenta
de que se acercaba la noche; así que, olvidando
toda preocupación y ((**It5.288**)) deseo
del pasado y del porvenir, me acerqué al bar, me
comí un trozo de pan de munición con una raja de
salchichón, me bebí medio litro de vino y me fui a
acostar sobre un jergón de paja.
Dormía yo tan plácidamente cuando, aposta o por
error, un compañero, creído que yo era un tronco
de madera para el fuego, me agarró por una pierna.
-Despacio, empecé a gritar, que es mi pierna.
->>Qué pierna?, es un tronco y voy a quemarlo.
-íMajadero!, le grité con todas mis fuerzas,
quema tus piernas y no las mías. Yo pago impuestos
por ellas y no quiero que nadie me las toque.
El otro se apartó y me dejó con mis piernas.
Pero como había interrumpido el sueño, ya no
pude recobrarlo. Para refrescarme un poco, salí a
cubierta. Entonces apareció ante mis ojos un
espectáculo jamás visto en mi vida. Miraba hacia
arriba y contemplaba una inmensa cantidad de
estrellas; bajaba la mirada y veía bajo mis pies
las mismas estrellas que admiraba encima y en
torno a mí. Me pareció en aquel instante que era
un granito de polvo perdido en el universo.
Cuanto más alzaba y bajaba los ojos para
contemplar la enorme cantidad de estrellas que me
circundaban, tanto más pequeño me veía.
Impresionado por esta imaginación, me puse a
gritar:
-íPobre Hombre de bien! tú vuelves a la nada.
Pero, entretanto, me daba cuenta de que aún tenía
la cabeza sobre los hombros, que mi corazón
palpitaba, que mi lengua hablaba. Así que,
convencido de mi pequeñez, dije para mí mismo:
-íVes, HOMBRE DE BIEN, qué pequeño eres frente
a tantas estrellas tan grandes y tan distintas
unas de otras! íQué grande debe ser el que ha
hecho todas estas cosas!
Siguiendo el camino de Génova, pasamos por un
mar llamado Tirreno, que está
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