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-Quiero que ambos a dos fijéis vuestra mirada
en este crucifijo y, arrojando luego una piedra
contra mí, digáis estas palabras: <>.
Dicho esto, fue y se arrodilló ante el que se
mostraba más enfurecido, diciéndole:
-Descarga sobre mí el primer golpe. Tírame una
fuerte pedrada a la cabeza.
Este, que no esperaba tal propuesta, tembló,
palideció y respondió:
-No, jamás, yo nada tengo contra ti; si alguien
se atreviese a ultrajarte, yo te defendería.
Apenas Domingo oyó esto, se levantó, fuese al
otro, se arrodilló ante él y repitióle las mismas
razones. Ante aquel gesto, también él,
desconcertado, gritó:
->>Hacerte daño a ti? Nunca, jamás.
Entonces el santo jovencito se puso en pie y
con voz conmovida, les dijo:
->>Cómo es que estáis los dos dispuestos a
arrostrar un grave peligro en favor mío, aunque
soy miserable criatura, y para salvar vuestras
almas ((**It5.278**)) no
sabéis perdonaros un insulto y una injuria, que
cuestan la sangre del divino Redentor y a quien
vais a perder con este pecado?
Dicho esto, calló y conservó levantado el
crucifijo, con los ojos bañados en lágrimas.
Ante este espectáculo de caridad y de valor,
los dos compañeros se dieron por vencidos.
<>
Unos días después, los dos condiscípulos, ya
reconciliados entre sí, iban a reconciliarse
también con el Señor, con una santa confesión.
Entre tanto veía don Bosco con pena, que se
renovaba cada año, que ya llegaban las vacaciones.
Algunas semanas antes empezaba a advertir a los
muchachos que el demonio, si no estaban atentos,
haría estragos en sus almas, destruyendo el fruto
de sus sudores. Discurría sobre los peligros que
se hallan en el mundo por culpa de los malos
compañeros, las malas lecturas, el ocio y la falta
de mortificación. Les inculcaba gran discreción en
el trato con cualquier clase de
(**Es5.205**))
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