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Una carta da testimonio de su celo:
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Pinerolo, 22 de junio de 1855
Muy ilustre y Reverendo Señor:
Agradezco a V.S. Rvdma. las noticias que, por
medio de su dignísimo colaborador don Víctor
Alasonatti, me da sobre Danielín Brunerotto, de
quien me halaga creer estarán siempre muy
contentos, ya que en el establecimiento que usted
dirige poseen medios para alcanzar un buen
resultado en lo espiritual y en lo material, de
los que carece este Asilo, para personas rudas,
como éstas. Cuando ya esté convertido a la fe
católica, ruégole me lo comunique para hacer la
oportuna anotación en el registro de este Asilo.
En cuanto a Pedro Plancia, Dios quiera que sea
su última sandez, pero lo dudo porque lo conozco.
Por lo demás, si estuvo tanto tiempo en el Asilo,
fue muy a pesar mío y si quisiera volver aquí,
ahora que puedo no recibirlo, no lo aceptaré de
ningún modo. De ahí que, aun sin ninguna
indicación, yo no hubiera comunicado a la
Administración de Caridad su fuga. Hablé, sí, de
ello y de la vuelta con el canónigo Badariotti,
Rector del Seminario, pero no en su calidad de
coadministrador, sino como amigo. Como quiera que
el 4 de julio próximo tengo que ir a Turín con él,
para hacer los ejercicios espirituales de San
Ignacio, llevaremos el importe de las doscientas
liras para entregárselas ese mismo día, si nos da
tiempo; en caso contrario, lo haremos el 13 a
nuestra vuelta. Sin embargo, lo mejor y más seguro
sería, si no hay inconveniente por parte de V.S.,
que nos esperase en la estación del ferrocarril,
dicho día 4 de julio a las ocho y media de la
mañana, a la que llegaremos sin falta.
Reciba la expresión de la más alta
consideración y profunda estima de quien tiene el
honor de profesarse,
Su seguro
servidor
JUAN BTA.
FORTOUL, Can. Pen.
En medio de tantas obras santas realizadas por
Dios a través de don Bosco, llegaba el 24 de
junio, día en el que el buen padre quiso dar una
muestra de especial ((**It5.257**)) afecto
a los jóvenes de la Casa. Les ofreció la
oportunidad de pedirle por escrito, o bien de
palabra, pero en secreto, un regalo que le fuera
posible y que él prometía concederles. Quizá lo
hacía con la idea de conocerlos más a fondo a
través de sus demandas. Se puede imaginar
fácilmente la serie de ridículas y extravagantes
peticiones de unos y de otros. Pero don Bosco
condescendió con los pedidos serios, aunque fueron
costosos, como libros, ropa, condonación de
pensiones, etc.
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