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ningún modo; que el Soberano tuviera en cuenta las
predicciones, según lo juzgase más conveniente
para su tranquilidad. Terminaba con la promesa de
no escribir más cartas como aquéllas.
Es de advertir que la ley había sido ya
firmada, y que nadie podía negar los hechos. Sin
embargo, dijo después don Bosco que nunca habría
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aquella carta, de no haber sido para evitar
mayores males y desagradables consecuencias.
La conversación de don Bosco con el general
duró más de una hora y fue cordial y alegre. El de
Angrogna insistióle para que se quedase a comer
con él, pero don Bosco se excusó alegando que ya
lo había hecho. Entonces el general, deteniendo a
don Bosco que quería partir, le dijo:
-Al menos, antes de marchar, tenga el gusto de
probar el vino de mis viñas: quiero que sellemos
nuestra amistad.
Llamó y apareció un criado con una botella y
una bandeja llena de dulces. Una vez servidos los
vasos, don Bosco miró al general y sonrió; sonrió
también el general y tomando un pastelito se lo
ofreció a don Bosco.
Don Bosco bromeando preguntó:
->>Hay dentro de este pastel alguna sustancia
extraña?
-íNi hablar! íVéalo! me como yo la mitad de su
pastel.
Y así lo hizo. Unos minutos después se
estrecharon la mano, se separaron y desde entonces
fueron amigos.
El conde de Angrogna, queriendo bautizar un
moro que había traído consigo de Africa, lo puso
en manos de don Bosco para que lo acristianara.
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