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->>Una carta? Entrégala a cualquiera del
séquito, la leeré cuando esté tranquilo; ahora
tengo otros asuntos entre manos.
-Es urgentísima y habla de algo que importa
mucho a Su Majestad.
->>Quién me la envía?
-Don Bosco.
-íVaya! Este siempre tiene algo nuevo. Me
escribe cosas que me hacen pensar. Dame esa carta.
Abrióla el Rey y, después de echar una rápida
ojeada, exclamó:
-Ya lo dije yo, siempre igual. Llévatela,
guárdala, y ya me la entregarás cuando vuelva.
Y dicho esto, echó a andar; pero, a los pocos
pasos, se volvió atrás y llamó al paje.
-No, no, añadió; dame la carta esa.
Se la guardó en el bolsillo y continuó el
viaje.
El Rey estaba descompuesto, tanto más cuanto
que aún le afligía la muerte de su hijo, como oyó
el clérigo Cagliero de labios del marqués Fassati,
el cual había visto la carta de don Bosco abierta
sobre el escritorio del Rey. Cuando el Soberano
volvió ((**It5.241**)) a
Turín, hizo leer a un Ministro la carta de don
Bosco y le dijo:
-Mirad lo que me escribe don Bosco. Decid ahora
si puedo firmar la ley.
Ignoramos la respuesta de aquel señor, pero el
veintiocho de mayo volvió la ley a la Cámara de
Diputados y fue aprobada por noventa y cinco votos
contra veintitrés. Constaba de cinco disposiciones
principales: la supresión de los conventos que no
se dedicaban a la predicación, a la educación o a
la asistencia de enfermos; la de los beneficios y
capítulos colegiales en las ciudades que no
pasaran de veinte mil habitantes; la erección de
una casa eclesiástica; las pensiones que se
asignarían a los religiosos; y finalmente, una
tasa especial que se impondría a los entes morales
y eclesiásticos que no quedaran suprimidos.
Cuando la ley fue presentada al Rey para la
firma, éste contestó:
-Esperemos; dejadme pensar un poco sobre ella.
Fue quizá en esta ocasión cuando el general La
Mármora o alguno de su familia se presentó para
hablar secretamente con don José Cafasso, a las
dos de la madrugada, y estuvo con él hasta el
alba.
Al ver los Ministros que el Rey estaba
preocupado y predispuesto contra ellos, ya fuera
por secundar una petición suya, ya fuera por
propia iniciativa, le propusieron que reuniera
algunos teólogos de
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