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Don Bosco, ante tantas seguridades, pasó a
anunciarles la hora de salida, el orden de la
marcha, de la estancia y de la vuelta, y
finalmente, despidiéndose para volver a Valdocco,
les dijo:
-Hasta mañana por la mañana.
Aquellos jóvenes no cabían en sí de gozo y
desde aquella tarde fueron con sus guardianes tan
pacíficos y obedientes como nunca lo habían sido.
A la mañana siguiente, capitaneados por don Bosco,
tomaban el camino de Stupinigi. Es éste un pueblo
con casi mil habitantes, situado junto al río
Sangone, a cuatro millas al sudoeste de Turín, con
un parque real. Allí los esperaba el párroco del
lugar don Manuel Amaretti, íntimo amigo de don
Bosco y de don Víctor Alasonatti.
Fuera de su prisión, gozaban con reconocida
alegría de una jornada de sol y de libertad,
precedidos de un borrico cargado con las
provisiones. Su afectuoso cariño con don Bosco fue
conmovedor. Cuando le vieron un poco ((**It5.225**)) cansado
del camino, en un abrir y cerrar de ojos cargaron
sobre sus hombros las provisiones que llevaba el
borrico y le obligaron a cabalgar sobre el
pollino. Dos de ellos tenían las riendas. Llegados
a Stupinigi, don Bosco los llevó a la iglesia,
celebró la santa misa y los trató alegremente a la
hora de la comida y la merienda y durante todo el
día los entretuvo con variadas diversiones. Es
imposible describir la satisfacción que se asomaba
a todos sus rostros. Se divirtieron la mar
paseando por las alamedas del castillo real,
descansando a la sombra de los árboles, sentados
en las orillas de los canales y corriendo por los
prados cubiertos de yerba y esmaltados de flores.
Su comportamiento fue irreprochable; ni una
disputa turbó la paz de aquel día, y don Bosco no
necesitó dar avisos ni reprensiones para mantener
la disciplina. Al atardecer volvieron a entrar
todos en su triste morada, más resignados con su
suerte y más dóciles que antes.
El Ministro esperaba con impaciencia el
resultado de la excursión; a pesar de la confianza
que le inspiraba don Bosco, no las tenía todas
consigo. Pero don Bosco, sin pérdida de tiempo,
fue personalmente a ver al Ministro, el cual quedó
estupefacto al oír la relación del sacerdote y
dijo:
-Le agradezco, Reverendo, todo lo que ha hecho
por nuestros jóvenes presos; pero me gustaría
saber por qué motivo el Estado no tiene con esos
muchachos la influencia que usted ejerce sobre
ellos.
-Excelencia, respondió el sacerdote, nuestra
fuerza es una fuerza moral, diferente de la del
Estado que no sabe más que mandar y
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