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amar y practicar, la disciplina fue fácil, se
mejoraron las costumbres y, poco a poco, los
jóvenes se fueron regenerando. Pero cuando la
religión dejó de ejercer su poca o ninguna
influencia, se sucedieron lamentables desórdenes.
Hubo que castigar diarias revueltas, litigios,
riñas, heridas, acciones contra las buenas
costumbres y otros hechos abominables. Los
guardianes tenían que montar a veces la vigilancia
con la bayoneta calada.
Don Bosco, mientras la Dirección fue benévola
con el sacerdote y mientras los reglamentos
penitenciarios y sus ocupaciones se lo
permitieron, consiguió poder ir de vez en cuando a
visitar a aquellos pobres jóvenes, dignos de toda
compasión. Con permiso del Director de Prisiones
les enseñaba el catecismo, les predicaba, los
confesaba y, a menudo, se entretenía con ellos
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amigablemente, ocmo lo hacía con sus chicos del
Oratorio. Ni que decir tiene que los jóvenes
corrigendos, viéndose tratados tan amablemente,
miraban a don Bosco como un padre, y le
demostraban sincero aprecio y afecto, y para no
disgustarle, se esforzaban por comportarse lo
mejor que sabían. En cierta ocasión hicieron, por
así decir, un milagro y demostraron claramente el
poder del sistema preventivo para amansar los
ánimos más obstinados y rebeldes. El hecho ha sido
divulgado por varios escritores. Se ocuparon de él
entre otros, el abate Luis Mendre, el doctor
Carlos d'Espiney y el conde Carlos Conestábile.
Poco después de la Pascua de 1855 don Bosco
había predicado los ejercicios espirituales a
aquellos jóvenes, con fecundas bendiciones para
sus almas. La dulzura y la caridad de su corazón
había conquistado hasta a los más reacios y había
conseguido que todos, menos uno, recibieran los
santos sacramentos. Encontró en sus oyentes y
penitentes una sincera conversión, y, al mismo
tiempo, un profundo afecto y abierta simpatía
hacia su persona. El santo sacerdote se conmovió,
y resolvió alcanzar algún alivio a su reclusión.
Lo primero que se le ocurrió fue procurarles una
excursión, convencido de que la privación de
movimiento y de libertad era su más duro e
insoportable castigo. Presentóse, pues, al
Director de Prisiones de la ciudad y le dijo:
-Vengo a hacerle una proposición: >>hay alguna
probabilidad de que sea aceptada?
-Haré lo posible, señor abate, para
complacerle, respondió el funcionario, ya que su
influencia sobre nuestros prisioneros nos ha
ayudado mucho.
((**It5.220**)) -Pues
bien; permítame, señor Director, que implore una
gracia para estos pobres jóvenes, cuya ejemplar
conducta, desde
(**Es5.165**))
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