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-íEntendido!
A partir de entonces, fue encendiéndose en
Domingo un celo cada vez mayor por la salvación de
las almas; parecía un verdadero aunque pequeño
apóstol. Para aprender mejor el camino del éxito
en el santo ejercicio de ayudar al prójimo, leía
con gusto la vida de los santos que se habían
distinguido en trabajos de apostolado, como la de
San Felipe Neri, San Francisco Javier, San
Francisco de Sales y otros. Hablaba con frecuencia
de los misioneros que trabajan en la conversión de
los infieles y herejes, rezaba por ellos y
envidiaba su suerte. Con frecuencia se le oyó
exclamar:
-íCuántas almas se pierden, porque no hay quien
les predique la palabra de Dios! íCuántos pobres
muchachos quizá se pierdan, por no tener quien les
instruya en la fe!
Pero no se contentaba con lo deseos; pasaba a
los hechos. Por cuanto se lo permitían su edad y
su cultura, se prestaba con sumo gusto a enseñar
el catecismo a los pequeños en la iglesia del
Oratorio; y más aún, si alguno tenía mayor
necesidad, se prestaba gustosísimo a darle clase
de religión cualquier ((**It5.211**)) día de
la semana y a cualquier hora. Todo lo encontraba
agradable, cuando pensaba que colaboraba a la
salvación de un alma.
Eran admirables los medios de que se servía
para conseguir su noble fin durante los recreos.
Si tenía un caramelo, una fruta, una crucecita,
una medalla, una estampa o algo parecido, lo
guardaba para esto.
->>Quién la quiere? >>Quién la quiere?, iba
pregonando.
-Yo, yo, -gritaban todos corriendo tras él.
-Despacio, añadía entonces; se la daré al que
mejor responda a una pregunta del catecismo.
El santo muchacho sólo preguntaba a los más
traviesos, y en cuanto daban una respuesta
satisfactoria, les hacía el regalito. De este
modo, y en poco tiempo, se ganaba el afecto de
aquellos galopines que casi siempre le rodeaban.
Y no sólo buscaba la compañía de esta clase de
chicos, sino también la de otros no menos digna de
bondadosos cuidados. Había algunos muchachos
internos y muchos de los del Oratorio festivo que
eran algo bastos, ignorantes y poco educados, por
lo que los demás les daban de lado. Pues éstos
eran los que particularmente buscaba Domingo. El,
con un sentido y una intuición, que diríamos
sobrenatural, no se preocupaba de las apariencias
ni favorecía las simpatías, sino que, mirando
únicamente a su alma, se acercaba a ellos, les
contaba algún buen ejemplo, les invitaba a pasear
en su
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