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aparecen en aquella historia, y la cronología de
Patriarcas, Jueces, Reyes y Pontífices del pueblo
Hebreo.
Al recordar las enseñanzas de Jesucristo a las
turbas, hacía notar lo que El dijo sobre los
honores, el empleo de las riquezas, al fuga de los
placeres terrenos, la virtud de la castidad, la
templanza contra la envidia, la cólera y la
pereza, y cerraba así su libro:
<>.
((**It5.205**)) En la
última página presentaba algunas máximas morales
sacadas de la Sagrada Escritura; la primera era
ésta: <> 1. Nosotros veremos
cómo se cumplió en don Bosco esta gran promesa,
sobre todo en la consecución de su fin principal:
la salvación de las almas.
Nos ofrece una prueba el periódico Armonía, en
su número del 7 de marzo de 1855, con el título:
Conversiones al Catolicismo en el Oratorio de San
Francisco de Sales.
No hay cosa que más satisfaga a un católico que
el ver cómo crece cada día el número de los hijos
de la luz. Ya hemos anunciado otras veces, cómo
algunos católicos, arrastrados incautamente al
error, han vuelto a la religión Católica, gracias
a su asistencia a los Oratorios para la juventud
de nuestra ciudad. Hace apenas tres meses que un
joven israelita, alumno de este Oratorio,
abandonaba el judaísmo y se hacía cristiano.
Ha pasado mes y medio desde que publicábamos
cómo un tal Miguel Trombotti, seducido por regalos
y promesas de los protestantes, se había afiliado
a esta secta. Asistió durante algún tiempo al
Oratorio de San Francisco de Sales; los rayos de
la gracia divina iluminaron su corazón y
triunfaron. Ahora vive como un buen cristiano y
fervoroso católico.
Hace dos domingos hemos visto allí, con suma
complacencia, a dos jovencitos que dejaron de
asistir a las escuelas protestantes (que les
habían seducido con cotidianos regalos), y que
llenos de alegría comenzaron de nuevo a acudir a
las prácticas religiosas de los católicos. El
domingo pasado (4 de marzo) hemos asistido al
bautismo de un valdense.
Este joven, llamado Avandetto, nació en Torre
de Lucerna. Sus padres le dejaron crecer en el
abandono y olvido total de la religión y la moral,
a fin de que -decían ellos- escogiera de mayor la
religión que más le gustase. Con la fatal epidemia
del cólera perecieron sus padres, y él quedó
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huérfano, totalmente solo, expuesto a los peligros
de un adolescente de quince años sin educación y
sin religión.
1 Rom. VIII, 28.
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