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ofrecieron a Dios, por las almas benditas, no sólo
aquellas prácticas de piedad, sino también el
sacrificio de un frío intenso, que atería los
miembros. Pero, al salir de la iglesia, se
encontraron con un premio inesperado: dos buenos
panecillos, con una gruesa loncha de salchichón.
Como si las almas del purgatorio les
recompensaran, por medio del señor Marqués, del
alivio que ellos les habían procurado con sus
sufragios.
>>Pero lo extraordinario de veras fue la comida
preparada para aquel mismo día. Quiso el
caritativo señor que, además de una buena pitanza,
tuvieran los muchachos su ración de ravioles. Se
necesitaban más de cien docenas, por lo que fue
menester que la víspera los preparase mamá
Margarita con varios jóvenes bajo su guía.
>>-Pero los ravioles hay que mojarlos, dijo el
providente señor.
>>Y en consecuencia mandó al Oratorio una
cantidad de vino estupendo de sus viñas del
Monferrato. ((**It5.200**)) Tuvo
además el gusto de asistir personalmente al
banquete diciendo:
>>-Quiero ver por mis ojos el efecto que
produce en los muchachos un par de vasos de buen
vino.
>>Y lo vio y lo oyó con gran satisfacción de su
parte. A los cinco minutos de haber bebido el
primero, los chicos no se tenían de pie; las
charlas se convirtieron en un guirigay; los
vítores al señor Marqués se sucedían sin
interrupción; era un espectáculo carnavalesco,
pero honesto e inocente. Se trataba de servir el
segundo vaso; pero, en vista de que la alegría
llegaba al colmo, don Bosco rogó al señor Marqués
le permitiera bautizar un poquito el generoso
licor de Baco, para librar a los muchachos de que
se les subiese a la cabeza y se mareasen. Si aquel
día los huerfanitos no cabían en sí de contentos,
mayor fue la alegría del señor Marqués. La piedad
y la fe que guiaban todos sus actos, le aseguraban
que había alegrado a un grupo de pobres
jovencitos, que rogarían por él al Señor para que
lo recibiera un día en el seno de su misericordia
y le diera en el cielo un premio adecuado e
imperecedero. Este pensamiento le colmaba de
inefables consuelos. Y yo creo que, en vista de su
caridad, el Señor le concedió aquella paciencia,
resignación y fortaleza de espíritu que siempre
demostró en las muchas tribulaciones, con las que
en vida le fue purificando y preparando para el
cielo, y al fin con una muerte preciosa, como la
divina bondad suele conceder a sus predilectos.
>>Y aquí, pues viene a propósito, es bueno
repetirlo para norma de los directores y
promotores de los Oratorios festivos. Si se quiere
que los muchachos acudan a ellos, son
indispensables honestos alicientes. Sin ellos, la
mayoría ((**It5.201**)) de los
chicos, únicos dueños de sí
(**Es5.152**))
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