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de príncipes, tan próximos parientes del Soberano.
No sólo los católicos, sino muchos liberales
vieron en ello un aviso del cielo a Víctor Manuel,
para que no siguiera avanzando por el camino
emprendido.
Pero el quince de febrero, con deplorable
terquedad, de nuevo se abría el debate sobre la
ley Rattazzi, que consumió diecisiete sesiones en
la Cámara de Diputados. Se pedía la aprobación del
proyecto íporque el Papa lo había condenado!
Mientras tanto, los dos solemnísimos funerales
celebrados en la catedral, el veintitrés de
febrero y el tres de marzo, por las almas de las
dos augustas difuntas, debían recordar a alguno la
profecía de don Bosco. Pero el dos de marzo se
aprobaba la ley de supresión por ciento diecisiete
votos contra treinta y seis. Presentóla entonces
Rattazzi al Senado, al cual ((**It5.197**))
enviaron los católicos súplicas firmadas por más
de 97.700 ciudadanos pidiendo que la rechazara.
Pero el Gobierno cursaba bajo mano, otras a favor,
con 36.600 firmas.
Mientras los ciudadanos afligidos comentaban
las consecuencias de la guerra y de la ley
anticristiana, el Oratorio de Valdocco gozaba de
los favores de Dios y de los hombres. Don Juan
Bonetti, en su obra Cinco lustros de historia del
Oratorio Salesiano, escribió unas hermosísimas
páginas sobre el año 1855, que reproducimos aquí:
<>Tendría que citar aquí varios nombres de
personas beneméritas, que fueron para don Bosco
instrumentos de la Divina Providencia; pero
dejando el hablar de ellos para lugar más
oportuno, hay que recordar ahora al marqués
Domingo Fassati. Durante varios años, los días
festivos y todos los días de Cuaresma, acudía
asiduamente al Oratorio a enseñar el catecismo a
un grupo numeroso ((**It5.198**)) de
pobres aprendices, retardando incluso su comida
para otra hora más
(**Es5.150**))
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