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le recomendaban, con todo respeto, al hijo de un
empleado, al huérfano de un militar; bien a un
jovencito abandonado, o cuya familia no podía
mantenerlo, o bien a otro, de conducta no tan mala
como para encerrarlo en el correccional, pero que
inspiraba serios temores para el futuro, si no se
le daba una educación moral. Con ese crecer del
número de alumnos aumentaban los gastos y se
agrandaban sin medida las deudas, singularmente
las del panadero.
Este estado de cosas resultaba bastante pesado
para don Bosco; sin embargo, cuando alguno de sus
colaboradores le hacía notar que, si le faltaban
los medios, no parecía oportuno engolfarse en más
gastos con nuevos internos, le respondía con calma
y sonriente:
-íLa Virgen Santísima me ha ayudado siempre y
seguirá ayudándome!
A pesar de todo, él no condonaba toda la
pensión nada más que a aquéllos que eran realmente
pobres, y la exigía con lógica firmeza, fuera
quien fuera el protector, a quien podía pagarla.
Solía decir:
-Yo no soy dueño, sino simple administrador de
los tesoros que me confía la Divina Providencia, y
no es justo que coma el pan del pobre quien no lo
es.
Con todo, realmente sacaba mucha utilidad de la
aceptación y admisión de los muchachos que le
recomendaban las autoridades. El ministro de la
guerra, Alfonso Ferrero de la Mármora, miraba con
bondad al Oratorio; el ministro del interior,
Rattazzi, y el de instrucción pública, Cibrario,
sabemos en qué concepto tenían a don Bosco; el
comendador Bartolomé Bona, senador del reino y
director general de obras públicas, no tardó en
hacerse muy amigo suyo.
Por eso don Bosco era bien recibido cuando
acudía a los despachos de cualquier ministerio, y
no sólo por los jefes, ((**It5.192**)) sino
también por los funcionarios; y estas visitas le
proporcionaban gran ayuda moral.
Era su teoría la de que, tanto mejor se conoce
a los hombres
constitución física y despejado ingenio; sus
parientes son pobres del todo, como él, salvo un
tío suyo que, aunque en situación precaria,
estaría dispuesto a entregar la cantidad de
ochenta liras al año al establecimiento que
prestase albergue a su desgraciado sobrino.
El que esto escribe se encuentra en el dolor de
recurrir a la conocida caridad de V.M. Rvda. S.
rogándole vea si es posible dar en su centro el
deseado albergue al pobre huerfanito, teniendo
también en cuenta la ayuda anual, aunque sea tan
pequeña, que su dicho tío estaría dispuesto a
prestar para su amparo.
Espero una palabra de respuesta, y mientras
tanto, le anticipo sus sentimientos de gratitud
por cuanto pueda hacer en favor del recomendado.
El
Alcalde
NOTTA
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