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((**Es5.146**) le recomendaban, con todo respeto, al hijo de un empleado, al huérfano de un militar; bien a un jovencito abandonado, o cuya familia no podía mantenerlo, o bien a otro, de conducta no tan mala como para encerrarlo en el correccional, pero que inspiraba serios temores para el futuro, si no se le daba una educación moral. Con ese crecer del número de alumnos aumentaban los gastos y se agrandaban sin medida las deudas, singularmente las del panadero. Este estado de cosas resultaba bastante pesado para don Bosco; sin embargo, cuando alguno de sus colaboradores le hacía notar que, si le faltaban los medios, no parecía oportuno engolfarse en más gastos con nuevos internos, le respondía con calma y sonriente: -íLa Virgen Santísima me ha ayudado siempre y seguirá ayudándome! A pesar de todo, él no condonaba toda la pensión nada más que a aquéllos que eran realmente pobres, y la exigía con lógica firmeza, fuera quien fuera el protector, a quien podía pagarla. Solía decir: -Yo no soy dueño, sino simple administrador de los tesoros que me confía la Divina Providencia, y no es justo que coma el pan del pobre quien no lo es. Con todo, realmente sacaba mucha utilidad de la aceptación y admisión de los muchachos que le recomendaban las autoridades. El ministro de la guerra, Alfonso Ferrero de la Mármora, miraba con bondad al Oratorio; el ministro del interior, Rattazzi, y el de instrucción pública, Cibrario, sabemos en qué concepto tenían a don Bosco; el comendador Bartolomé Bona, senador del reino y director general de obras públicas, no tardó en hacerse muy amigo suyo. Por eso don Bosco era bien recibido cuando acudía a los despachos de cualquier ministerio, y no sólo por los jefes, ((**It5.192**)) sino también por los funcionarios; y estas visitas le proporcionaban gran ayuda moral. Era su teoría la de que, tanto mejor se conoce a los hombres constitución física y despejado ingenio; sus parientes son pobres del todo, como él, salvo un tío suyo que, aunque en situación precaria, estaría dispuesto a entregar la cantidad de ochenta liras al año al establecimiento que prestase albergue a su desgraciado sobrino. El que esto escribe se encuentra en el dolor de recurrir a la conocida caridad de V.M. Rvda. S. rogándole vea si es posible dar en su centro el deseado albergue al pobre huerfanito, teniendo también en cuenta la ayuda anual, aunque sea tan pequeña, que su dicho tío estaría dispuesto a prestar para su amparo. Espero una palabra de respuesta, y mientras tanto, le anticipo sus sentimientos de gratitud por cuanto pueda hacer en favor del recomendado. El Alcalde NOTTA (**Es5.146**))
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