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órdenes severísimas a la provincias, a fin de que
delegados de hacienda y alcaldes procesaran a
cuantos párrocos se atrevieran a hablar o aludir
siquiera a aquella alocución.
Entretanto, el Pontífice, siempre humilde y
misericordioso, escribía el veintiséis de enero
una afectuosísima carta de pésame al Rey, por la
muerte de las dos Reinas, haciéndole algunas
amonestaciones como un padre a su hijo.
Causa maravilla ver en el desarrollo de estos
sucesos cómo el valor de don Bosco, manifestando
la verdad a los gobernantes, no disminuía de
ningún modo en aquellos días la bondadosa estima
que le tenían. Pero desaparece la admiración muy
pronto cuando se piensa que además de la
protección concedida por Dios a su siervo, que era
lo más, todos, aun los contrarios, reconocían en
él una fuerza de caridad que ganaba los corazones;
y él supo valerse de ella durante toda su vida. Y
por mucho que crecieran las necesidades del
Oratorio, don Bosco no regateaba su beneficencia.
Si en un pueblo sucedía una desgracia, se
apresuraba a comunicar al Gobernador de la
Provincia, y por su medio al Alcalde, que estaba
dispuesto a admitir en su Oratorio a los chicos
que hubieran quedado huérfanos. Lo mismo si se
trataba de un incendio que hubiera destruido una
aldea, que del hundimiento de ((**It5.190**)) una
pared, que hubiera arrollado y sepultado a los
obreros bajo los escombros; cuando una epidemia
asolaba una ciudad; cuando un desprendimiento de
tierras había enterrado a unos campesinos; cuando
una avalancha de nieve había aplastado una choza
en los montes y había sido víctima un padre de
familia. El ofrecimiento de don Bosco era acogido
con viva gratitud, y se alababa con creces su
generosidad.
La miseria de muchas familias durante los años
1855 y 1856 hacía que se multiplicaran las
solicitudes de ingreso de muchachos pobres en el
Oratorio. A veces faltaba sitio y había que dar
una dolorosa negativa; pero sucedía que el
abandono de ciertos chicos y los peligros
espirituales y materiales en que se hallaban eran
tales, que don Bosco no se sentía con fuerzas para
contestar con una negativa.
También el Ayuntamiento 1 y el Gobierno
((**It5.191**)) muy a
menudo
1 CIUDAD DE TURIN
Secretaría Particular
Turín,
a 15 de enero de 1855
Uno de los diputados de la Cámara se ha
dirigido al Alcalde que suscribe para alcanzar sea
asilado en algún piadoso establecimiento un pobre
huérfano, que se llama José Cominoli, de casi
trece años, y natural de Margozzo, el cual goza de
óptima salud, y está dotado de robusta
(**Es5.145**))
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