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muerte de María Teresa, en el cuarto día de su
sobreparto y había dado a luz un niño. Ella, que
quería mucho a su suegra, sintió tanta pena que,
atacada por una metro-gastro-enteritis, se puso en
peligro de muerte. A las tres de la tarde se le
administró el Viático desde la Capilla Real de la
Sábana Santa. Una gran muchedumbre llenaba las
iglesias rezando por su restablecimiento. El
Piamonte entero se unía de corazón a la pena de la
familia real, cumpliéndose aquel dicho antiguo de
que, en el Piamonte, las desgracias del Rey son
las desgracias del pueblo. Pero el día veinte se
administró a la Reina la extremaunción, y hacia el
mediodía, la augusta enferma entró en agonía;
alrededor de las seis de la tarde expiraba en los
brazos del Señor, a los treinta y tres años de
edad.
((**It5.187**)) Pero no
terminaron aquí los duelos en la casa de Saboya.
Aquella misma tarde se llevó el Santo Viático a
S.A.R. Fernando, duque de Génova. Ya muy
quebrantado en su salud, el hermano único del rey
Víctor Manuel, era presa del más doloroso
abatimiento.
El día veintiuno se reunía la Cámara de
Diputados, a las tres de la tarde, y, al oír la
triste noticia de la muerte de la Reina, decretó
luto por trece días y suspendió las sesiones por
diez.
Los funerales de María Adelaida se celebraron
el 24 de enero y el féretro fue conducido a
Superga.
Los clérigos del Oratorio estaban pasmados al
ver cumplirse de modo tan fulminante las profecías
de don Bosco, tanto más cuanto que asistieron a
todos los funerales. Hubo una circunstancia
curiosa: era tan intenso el frío, que el jefe de
ceremonias de la corte permitió, durante el
entierro de la reina Adelaida, que el clero se
pusiera encima el abrigo y se cubriera la cabeza.
Para el Oratorio fue también una auténtica
desgracia; los clérigos decían a don Bosco:
-Ya se ha cumplido su sueño. íHa habido, de
veras, grandes funerales, como le anunciaba el
paje de la corte!
-Es verdad, contestó don Bosco, los juicios de
Dios son inescrutables. Y no sabemos si con estos
dos funerales quedará ya satisfecha la justicia
divina.
De hecho, don Bosco debía saber algo más de lo
que había manifestado. La condesa Felicidad
Cravosio-Anfossi nos mandó el siguiente
testimonio, firmado por ella misma:
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